The Panama Papers

Los 11,5 millones de documentos societarios y bancarios extraídos de los archivos de la firma Mossack Fonseca, empresa que opera en una veintena de países, han levantado un polvorín en un tema que tiene para largo. La gestión, que ha tomado un año, nació por una llamada anónima al periódico Süddeutsche Zeitung, que a su vez se la trasladó al Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación. Intervinieron 400 periodistas vinculados a 100 medios, en 80 países.

Ya se han anunciado las investigaciones de oficio para determinar responsabilidades penales (en los casos de comprobada corrupción), y tributarias (si ha habido evasión de impuestos). Se busca igualmente satisfacer la curiosidad de cómo los ricos y poderosos hacen de las suyas. En las primeras 48 horas ya hubo la renuncia de un primer ministro (Islandia), el insatisfactorio desempeño de otro (Gran Bretaña), y la invasión por parte de la policía federal suiza a las oficinas de la UEFA luego de que apareciera el nombre del flamante presidente de la FIFA como copartícipe en un contrato ya denunciado. Pero no para ahí el culebrón: en China han saltado nombres de prominentes miembros del politburó, el presidente Putin acusa que todo este barullo es una conspiración contra él, y en Estados Unidos el senador Sanders se regocija por haber denunciado en su momento el tratado de libre comercio con Panamá. En el escenario local, los primeros nombres, todos ellos vinculados a la administración pública, han provocado diversas reacciones, que van desde la defensa cerrada (caso del fiscal), ataque feroz (caso de la Senain), y silencio sepulcral (caso Delgado).

Pero hay otras consideraciones qué hacer. Las revelaciones de estas tramas ponen al descubierto prácticas corruptas de gobernantes y sus amigos. Quienes ostentan el poder y manejan dineros de terceros o del tesoro público renuncian a la privacidad por cuanto la transparencia es un requerimiento del proceder honesto. Pero en el orden privado, alejado del gobierno, la situación es diferente. Dependiendo de la jurisdicción o país, no se rompe ninguna ley cuando se acude a abrir una cuenta bancaria en el exterior o se forma una compañía, fundación o fideicomiso. El interesado busca un buen trato tributario, y en el mundo globalizado las relaciones económicas y personales trascienden las limitaciones de las fronteras. Más aún, las estructuras tributarias de los países son crecientemente divergentes. El impuesto a la renta en Irlanda es de 12,5 % y en Gran Bretaña de 20 % (y bajando); en Francia, Alemania y los Nórdicos las tasas impositivas son considerablemente más altas. En Ecuador, en cambio, la estructura tributaria es irracional y provoca serias distorsiones en el uso de los recursos. Son pues los Estados los que con su comportamiento fiscal crean las condiciones para la corrupción y el abuso del poder, la emigración de capitales, y la desconfianza de los ciudadanos respecto de la preservación del valor de su capital y la defensa de su propiedad privada.

Mossack Fonseca debe padecer de una soberana jaqueca, al igual que sus once y medio millones de clientes. Muchos merecen salir al descubierto, pero como siempre ocurre, se pierde libertad cuando los pillastres se apropian de ella.

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