El terrorismo irrumpe

Una de las más detestables y perniciosas acciones de la lucha política es la utilización del terrorismo, es decir, de los métodos repudiados por todas las civilizaciones como contrarios a una convivencia, aunque no fuera demasiado pacífica.

El terrorismo utiliza las sombras, se oculta, pero no para protegerse, sino para atacar y hacerlo de manera mortal. El terrorismo utiliza los explosivos, las balas, los puñales, cualquier artefacto que sirva para matar y, especialmente, para matar multitudes, como ha ocurrido en los diversos procesos en que el terror ha tenido carta de naturalización.

Con razón regímenes tan disímiles como el que se asienta en Rusia y el que prevalece en Estados Unidos, han declarado su voluntad de luchar contra esa forma superdelictiva de entender la controversia política y cívica. Y las potencias que lo repudian no pueden ser calificadas como temerosas o pacifistas. Rusia y los Estados Unidos tienen arsenales nucleares que si se llegaran a utilizar probablemente acabarían con la vida humana. Pero teniendo esos artefactos terribles han sido capaces de expresar condenas muy severas contra el terrorismo. Y es que además de la táctica soterrada, es decir del ocultamiento de sus fines y propósitos, el terrorismo carece de principios y de normas morales de aceptación universal. Asesinar, para determinados grupos de terror, es un acto de servicio que honra a la divinidad. Y no solo esto, sino que consideran que matar a mansalva es una disposición de los dioses, pues no pueden coexistir con los infieles o con los adversarios.

Quienes utilizan el terror, si llegaran a triunfar sobre quienes se les enfrentan, una vez con el poder en las manos convertirán la ley y el orden en una masacre contra todos cuantos disientan, y harán funcionar los paredones y otros sistemas de aniquilamiento de la vida, con verdadera fruición.

Al terrorismo no se le puede dar cuartel y a los terroristas no se los debe considerar como actores políticos, sino simplemente como grandes delincuentes. Otra actitud de la justicia y de la civilización sería solamente una intolerable complicidad con uno de los crímenes más horrendos.

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