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Solanda presume de su propia Quinta Avenida

No hay Gucci ni Prada, pero sí Venus y Adibas.  Familias enteras salen a pasear por este bulevar, situado en el sur de la capital

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Nocturno. Cuando cae el sol, familias enteras salen a disfrutar de todo lo que ofrece la J. Bagatelas, ropa y hasta comida típica se ofertan allí.Gustavo Guamán

Una pareja se pasea con dos chihuahuas en brazos. Un hombre grita por un altoparlante para que lo vean. Otro vende ropa, zapatos, joyas, celulares, micas... Suena de fondo ‘La bichota’, de Karol G. Hay luces. Luces de colores. Luces blancas. Huele a pan. Y no es la Quinta Avenida de Nueva York, en EE. UU.

A esta calle, bautizada como José María Alemán, quien por cierto fue un poeta panameño que destacó hacia 1870, le buscaron un apodo. Le dicen la J. Muchos han escuchado hablar de ella. De sus promociones y ofertas. Y aunque no sea posible encontrar tiendas de Gucci o Prada, sí hay de Venus y Adibas. Por eso se ha vuelto el corazón del comercio en la parroquia Solanda, al sur de Quito.

Con 1,1 km de longitud, esta angosta y ruidosa calle, flanqueada por vallas azules y casas adosadas, conecta a las avenidas Ajaví, por el norte, y Solanda, por el sur. Hacia 2011 se convirtió en un bulevar con cables soterrados y aceras para personas con capacidades especiales. Desde entonces esta zona comercial (y gastronómica) no ha parado de crecer.

  • Limpieza. A lo largo de las veredas están ubicados los contenedores de basura. Cuando se camina cerca se sienten los malos olores.

Son las 18:00. Corre un viento frío: no más de 15 grados. Dicen que el movimiento empieza más tarde. Pero ya hay familias enteras, con niños en coches, con niños en brazos, con niños correteando sin mascarillas sobre los cubos de piedra desgastados, y en algunos tramos hundidos, que cubren las amplias veredas. Hay un olor a incienso.

Un muchacho, con la cabeza cubierta con un gorro de lana, grita: “¡Venga, venga, lleve pantalones ‘levantacola’! A 10 dólares”. Y remata con una frase que hace reír (si no llorar) a quienes pasan por su negocio: “Si no tiene marido, acá le arreglamos bien bonito”. No es el único que quiere atraer a quien sea y como sea. Otro joven, más adelante, le dice a un transeúnte: “El perrito se porta bien, cómprele algo”.

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Empanadas. Miden hasta 40 centímetros. La gente hace filas para comprar.Gustavo Guamán
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En la J se puede encontrar de todo un poco. Desde zapatos con plataformas enormes hasta brochas diminutas para maquillar. Muchas ofertas llaman la atención, como la de un paquete de papel higiénico a $ 1. En cualquier supermercado podría costar el doble o más. Quizás a eso se deba su acelerado desarrollo. Es como si el comercio creciera hacia el cielo y se ‘derramara’ hacia los pasajes y arterias secundarias.

Basta caminar solo unas cuadras para notar que en algunas casas están construyendo otros pisos altos para adecuarlos como locales. Las ventanas son amplias, como para exhibir maniquíes mutilados con ropa barata y de moda. Huele a pescado.

En esta calle supersureña, un guayaco no pasa desapercibido. Nacido en Mapasingue Este, Freddy Narváez atrae a la clientela anunciando que el encebollado que vende es 100 % de su tierra. Son las 19:00. Algo rarísimo en la capital, donde este rico platillo se lo come en el día. Pero en la J da igual.

Con 39 años, Narváez dice que “la alegría de la calle es en la noche”. En las mañanas es como cualquier otra, pero cuando el sol se oculta, hay vida. Luz. Ruido.

El guayaco cuenta que desde hace ocho años vende, primero, pinchos y, luego, encebollados en la J. Antes podía quedarse hasta cuando los borrachitos salían de los bares ‘muertos’ del hambre. Eso ha quedado en la memoria dolorosa de la pandemia. Pero... en los últimos meses parece que ha despegado nuevamente el comercio. Con la reapertura de discotecas y karaokes todo luce mejor. “Vamos a darle con fe”, insiste.

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Mientras hace fila para comprar en las Auténticas Salchipapas de la J, Darío Pérez cuenta que aquel local empezó muy pequeño desde 1988. “No es una gran industria, y es un punto positivo porque mantiene la calidad y el precio”.

La calle no está llena de grandes industrias, sino de pequeños comerciantes. Algunos son informales.

A las 20:30 la gente sigue caminando con calma. Con frío, quizás. Los negocios no han bajado sus puertas enrollables. Un chico pasa en patineta. Una mujer vende chaulafán a un dólar. Un hombre come pan y dice que en algún lugar cercano “alguien se está drogando”. Huele a marihuana.