El domingo 2 de octubre el pueblo de Colombia acudió a las urnas para por medio de su voto aprobar o no, en un plebiscito, el acuerdo de paz suscrito entre su Gobierno y las FARC. Una vez más las encuestas defraudaron a sus seguidores, pues muchas de ellas dijeron que el Sí iba a “barrer”, pero el resultado fue otro. El pueblo de Colombia votó por el No.

Este No, expresado en las urnas, en momento alguno debe entenderse como que los colombianos no anhelan la paz. Eso sería ofender su dignidad y su pensamiento. Ningún ser humano, por torpe que sea, es partidario de la guerra, de la violencia, del insulto barato, de las ofensas inmotivadas. Todos los seres humanos nacemos para vivir en paz. Y en paz morir. El resultado de este plebiscito lo único que deja en claro es un país dividido y una paz por la que tienen que luchar con más fuerza y con más argumentos.

Los colombianos han gritado en calles y plazas que el acuerdo en referencia debe ser revisado para que los distintos criterios se respeten.

Las víctimas de esta cruenta guerra que tiene más de 50 años de existencia, tienen pleno derecho de que luego de haber soportado estoicamente su dolor, su angustia, su orfandad, como consecuencia de las muertes de sus seres queridos, de los secuestros a sus familiares, del alejamiento forzado de sus hijos, sea la justicia de su país la que, de conformidad con la Constitución y las leyes pertinentes, y con apego al debido proceso, establezca las responsabilidades de quienes actuaron como autores materiales o intelectuales, como cómplices o como encubridores de tales delitos.

Quienes votaron por el No exigen ser tomados en cuenta en una nueva ronda de negociaciones para decir en qué están de acuerdo y que disienten de tal arreglo. Esta petición no es sinónimo de venganza, ni de represalia. Simplemente es un derecho que les asiste para saber que quienes ocasionaron las muertes y desapariciones de sus seres queridos, rindieron cuentas a la justicia de Colombia.

Así es como debe entenderse el No.

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