La semilibertad de prensa de Putin

En su conferencia de prensa anual ampliamente transmitida el mes pasado por TV, el presidente ruso Vladimir Putin estaba confiado y condescendiente, animado únicamente cuando criticaba a Ucrania por las escaramuzas en el Mar Negro o cuando arremetía contra las quejas “injustas” de Occidente sobre el comportamiento de Rusia. Tras aseverar que el retiro de Estados Unidos del Tratado de Fuerzas Nucleares de Alcance Intermedio de 1987 exige que Rusia desarrolle nuevas armas, dijo con desprecio: “Y que después no se quejen de que supuestamente intentamos obtener ciertas ventajas”. Al inicio de su presidencia, recorría todas las 11 zonas horarias de Rusia prometiendo -y muchas veces ofreciendo- crecimiento del ingreso real, mejor infraestructura y renovación nacional. Pero hoy, en medio de la caída de los estándares de vida y de la creciente hostilidad global, las promesas televisadas de Putin ya no engañan a nadie y no solo por la caída de la confianza en los programas de noticias televisados (del 79 % al 49 % en los últimos diez años). Los rusos también albergan dudas sobre el propio liderazgo de Putin, como reflejó una marcada caída en sus índices de popularidad, de más del 76 % al 66 % en los últimos seis meses. Las autoridades se han concentrado cada vez más en los indicadores tecnocráticos del desarrollo de Rusia, apelando también a la amenaza planteada por Occidente. EE. UU., advierten los medios controlados por el Kremlin, está retirándose de acuerdos nucleares de varias décadas de existencia para poder atacar con bombas nucleares a Rusia. Si a eso se le suman las historias de los horrores de la II Guerra Mundial, las quejas sobre los estándares de vida, espera el Kremlin, parecerán insignificantes en comparación. El problema con un régimen semiautoritario como el de Putin, sin embargo, es que el comportamiento de la gente no está del todo bajo el control del líder. Y, en la Rusia de hoy, esto se extiende a los nuevos medios, que informan con mucha más frecuencia –y más abiertamente- sobre los desafíos sociales. El Estado ruso en verdad nunca exigió un enfoque positivo para la cobertura de las cuestiones sociales. De modo que, cuando se trata de estos temas, el nivel de libertad de prensa es similar al glasnost (apertura) de los años 1980. Aun cuando los medios adhieren a la línea oficial sobre temas vinculados a Ucrania y a Occidente –para no mencionar las protestas populares lideradas por el líder de la oposición Alexey Navalny-, siguen destacando la frustración de la gente con los salarios, las pensiones, la vivienda y las reglas de estacionamiento y los impuestos, entre otras cuestiones. La prensa de Rusia recuerda el poder potencialmente transformador del glasnost. La Unión Soviética fracasó en parte por la desconexión entre las necesidades básicas del pueblo y la agenda de superpotencia del Estado, que dejó a la población más pobre. Mientras dice que defiende a la patria, ignorando al mismo tiempo a su pueblo, Putin ahora corre el riesgo de cometer un error similar. El periódico nacional Vedomosti -en absoluto un medio liberal- recientemente informó que los rusos hoy no quieren “supervivencia, sino autoexpresión”. Quieren “protección por ley, respeto y una política exterior pacífica”. Putin se lo perdió porque solo instruye a la prensa; no la lee.