
Sara, la guayaquilena tejedora de sombreros
“Cuenca me ha cambiado la vida, aquí aprendí el oficio de mi suegra”. Con esa sentencia, la guayaquileña Sara Pérez, de 49 años, resume su sentir al convertirse en una diestra tejedora de sombreros de paja toquilla, un oficio del que poco o nada sabía.
“Cuenca me ha cambiado la vida, aquí aprendí el oficio de mi suegra”. Con esa sentencia, la guayaquileña Sara Pérez, de 49 años, resume su sentir al convertirse en una diestra tejedora de sombreros de paja toquilla, un oficio del que poco o nada sabía.
Con una mezcla del dialecto cantarín morlaco y el rasgado guayaco, cuenta que ahora ya sabe tejer sombreros de buena calidad y que forma parte de un microemprendimiento familiar.
“Es que Cuenca me ha regalado un esposo y un oficio muy lindo”, aduce la mujer mientras prepara la paja toquilla para iniciar su tarea. Ella participó, hace unas semanas, en uno de los stands de la feria exposición de artesanías que se desarrolló en Cuenca.
Ahí, sentada sobre una silla blanca y junto a una mesa con unos 50 sombreros terminados y expuestos al público, Sara, de tez canela, luciendo un suéter negro y jean, y el pelo recogido con un lazo azul, movía rápidamente sus dedos para formar en hilos la paja toquilla.
“Hace 29 años en Guayaquil, de donde soy nativa, conocí a mi esposo Emiliano Collahuaso, nos enamoramos y nos casamos, y tuve que venir a vivir acá a Cuenca”, relata sin dejar de trabajar.
Una noche -dice- estaba algo nostálgica “y veía que mi suegra, María Luz Bonete (84 años de edad), tejía un sombrero, oficio al que toda su vida se ha dedicado. Me preguntó si quería aprender, le dije que sí y allí empezó todo”, relata Sara mientras se acomoda sus lentes de armadura negra y grandes.
Ahora, junto a su esposo, sus dos cuñados y su suegra, han iniciado un microemprendimiento con un taller que instalaron en Santa Rosa de Ricaurte, al este de Cuenca.
“De esto vivimos junto a nuestros hijos y gracias a que se nos abrió un mercado en Guayaquil para la entrega de sombreros de paja toquilla”, indica la guayaquileña hoy radicada en Cuenca.
El tejer un sombrero le lleva unos dos días, dice. Se levanta a las cinco de la mañana, teje unas dos horas y luego prepara el desayuno para su familia; a las nueve y hasta las once, vuelve al oficio. Prepara el almuerzo y desde las tres de la tarde retoma el tejido, es decir, comparte las labores del hogar con las del oficio, señala la entusiasta emprendedora.
“Ahora sí puedo decir con orgullo que soy una guayaca tejedora”, dice con alegría. (F)