La salud despues del terremoto

Cuando ha transcurrido la primera semana posterior a la tragedia que mantiene enlutado al Ecuador conviene contribuir, con ánimo preventivo, a evitar que a los males ya acumulados se sumen otros vinculados a problemas de salud evitables. Habiendo sido masivas las manifestaciones de solidaridad, tanto las nacionales como las de los países amigos, cabe ahora esperar un poco más de organización. Es comprensible que en los primeros momentos todo se haga a base de un desbordado entusiasmo. Sería mucho exigir, pretender contar con la adecuada preparación para enfrentar desastres. Es posible que a partir de la experiencia sufrida se piense en otorgarla, tanto a la población cuanto a los funcionarios encargados de atenderla. Es obligatorio sacar lecciones de la experiencia y resulta innegable aceptar que el Ecuador se manifestó insuficientemente preparado para enfrentar una catástrofe de la magnitud de la que nos ha azotado. Sin mal ánimo, es condenable que se pueda dar lugar a la sospecha de que a las ayudas destinadas a los damnificados se las pretenda desvirtuar con fines políticos proselitistas. Las contribuciones que provienen de manifestaciones de un acendrado altruismo deben ser respetadas como sagradas. Se las profana cuando quiere imponérseles un destino distinto al que la voluntad de quien las otorga tiene planeado darle.

Por otra parte, en cambio, siete días después del terremoto, es necesario hacer conocer a la población que los riesgos de salud ya no tienen que ver con médicos especializados en traumas de distinta magnitud o en procesos quirúrgicos. Es, sí, el tiempo de los salubristas.

Debe estar claro que las actuales ruinas a poco que llueva se constituirán en una red de criaderos de insectos que pueden transmitir múltiples enfermedades, a una población que va a permanecer largo tiempo a la intemperie. Remover los escombros es imprescindible labor, a sabiendas de que esto pueda contribuir a terminar con la esperanza de encontrar sobrevivientes. Pese a ello es imperativo salvaguardar la salud de un conglomerado que por razones de fácil comprensión, luego del enorme trauma sufrido, tiene alterados sus mecanismos inmunológicos de defensa. Igual cuidado debe tenerse con los alimentos que, sin refrigeración, serán otra fuente de infecciones, tal cual el polvo, de trastornos en los niños.