Rusia “espiada” por ONC

Nada perjudica tanto la imagen de Rusia en Occidente hoy como su ley sobre agentes extranjeros. Aprobada en julio de 2012, la ley obliga a toda organización no comercial (ONC) que se dedique a “actividades políticas” (algo que la ley no define) a registrarse en el Ministerio de Justicia, declarando cumplir “funciones de un agente extranjero”. En 2015 se aprobó una ley sobre “organizaciones indeseables” que obliga a todas esas ONC a identificarse públicamente como tales agentes. La elección de palabras es peculiar y significativa: en sentido coloquial significa servir a los intereses de una potencia extranjera. En la práctica, la ley rusa impide a las ONC sin control estatal realizar cualquier actividad en el país. Y la designación de agente extranjero les impide recibir financiación rusa que les permita salir del registro. No solo son extranjeras: ¡también son infiltradas y traidoras! Algunas organizaciones optaron por el cierre voluntario; otras fueron suprimidas por incumplimiento de la normativa; y hay otras que se exiliaron. El temor a la desintegración del Estado ruso, herencia del imperio, es un pensamiento continuo de los gobernantes rusos y el principal obstáculo contra el desarrollo de una política democrática. Dicha herencia es reliquia del oscuro mundo de las “organizaciones pantalla”: auténticos “agentes extranjeros” que bajo una apariencia de independencia y dedicación a causas loables son controlados en secreto desde otros países. Los rusos conocen bien estas organizaciones, porque la URSS las creaba todo el tiempo como herramientas clandestinas de política exterior. Las “pantallas” eran grupos de académicos, deportistas y personas del mundo de la cultura, respetables y a menudo inconscientes de ser usados; mientras que la organización secreta real estaba bajo control de la KGB. La producción de la organización era siempre favorable, o al menos acrítica, respecto del punto de vista soviético. La CIA respondió con la misma moneda. Para los amantes de las teorías conspirativas, las pantallas son parte esencial de la historia secreta de la Guerra Fría. Y los medios de prensa y electrónicos actuales ofrecen nuevas posibilidades de “pantallismo”. Pero la desconfianza rusa hacia el extranjero tiene raíces mucho más profundas. Todo aquel que intenta aprender ruso choca enseguida con la extraordinaria opacidad del lenguaje. El genoma cultural de los rusos evolucionó en un entorno campesino, donde la propiedad se poseía y la vida se vivía en común. (El comunismo soviético, sin el innegable aporte de Occidente, se apoyó en una idea tradicional de propiedad colectiva.) Las relaciones no se regían por normas legales, sino por acuerdos tácitos y una clara distinción entre quienes piensan igual o distinto al grupo. La sociedad rusa es tradicionalmente cerrada. La occidentalización iniciada por Pedro el Grande en el siglo XVIII fue una excrecencia forzada: un injerto, no un trasplante. Es en vano esperar la anulación de la ley de “agentes extranjeros”, pero Rusia puede hacer una concesión: limitar la obligación de registrarse como tales a aquellas ONC que reciban más del 50 % de su financiación desde fuera del país. Eso liberaría la financiación local y les permitiría operar en Rusia. Y Occidente también puede hacer alguna concesión sin costo alguno, por ejemplo borrar algunos nombres de la lista de ciudadanos rusos que no pueden entrar a Europa o EE. UU. La paz y la prosperidad global dependen en parte de la estabilidad de la relación entre Rusia y Occidente, ¿es mucho pedir unas medidas tan sencillas para reducir la paranoia?