
Rompen reglas para ir a Cuba
Sandalias, shorts y gafas de sol. Parecen y actúan como turistas, pero ante la ley de su país son estadounidenses que están para otros fines en Cuba, el único destino de placer que, en teoría, tienen vedado en el mundo.
Pese a las restricciones del embargo vigente desde 1962, algunos “americanos” se mueven a voluntad por la isla.
Y lo hacen gracias a la flexibilización que dispuso el presidente Barack Obama como parte del acercamiento histórico con Cuba, y a despecho de la mayoría del Congreso que rehúsa levantar el castigo.
“Parecía broma, fue ridículo”, comenta David Saxby. Este instructor de yoga de 42 años se quedó con esa sensación tras llenar un formulario para poder ir a Cuba desde México, y estar tres semanas en la isla.
Saxby eligió una de las 12 categorías bajo las cuales están autorizados a viajar los estadounidenses, que incluyen proyectos educativos, deportivos, religiosos; o, motivos familiares, médicos, de investigación o periodísticos, entre otros.
“Seleccionamos (la casilla) investigadores profesionales, porque estábamos entrenando para venir aquí y reunirnos con un profesor de yoga”, señala. Una vez estuvo en la isla y nadie comprobó que fuera cierto. “Somos turistas todo el tiempo, excepto los 20 minutos que nos encontramos con Eduardo”, ironiza.
En el papel, los visitantes “deben seguir un programa específico” y “no pueden andar como simples turistas”, recuerda Frank González, quien dirige Mambi Tour, una agencia de viajes con sede en Miami. “Nuestros viajeros andan siempre con un chofer-guía, pero otros caminan por su cuenta. Está prohibido, pero nadie lo va a comprobar”, matiza.
Saxby cuenta que junto con su amigo Ryan Gillespie pudo recorrer libremente el centro oeste del país y admirar la arquitectura de La Habana y Trinidad, además de pasear por Cienfuegos, Playa Larga y el valle verde de Viñales.
En enero de 2015, el gobierno de Obama simplificó los engorrosos trámites para los viajeros, y el 20 de julio del mismo año restableció relaciones diplomáticas con la isla.
Antes, los estadounidenses debían justificar su viaje y la Oficina de Control de Activos Extranjeros ejercía una fuerte presión sobre las compañías chárter, que enfrentaban multas en caso de incumplimiento.
Pero ahora es suficiente con acogerse bajo palabra a una de las 12 categorías habilitadas para viajar a uno de los últimos bastiones del comunismo.
La mayoría “elige los viajes educativos, incluyendo los encuentros ‘persona a persona’ porque, por ejemplo, solo exige reunirse con médicos, profesores o artistas locales”, explica el empresario turístico.
Al final es una “especie de simulación”, dice Susan, una estadounidense cincuentona mientras pasea por La Habana Vieja. Un juego de apariencias que, además de relajarse e ir a la playa, le permitió “conocer la cultura y la gente”.
Cerca de 100.000 estadounidenses visitaron Cuba los primeros cuatro meses de 2016, el doble con respecto al mismo período de 2015. Y las cifras podrían aumentar por cuenta de los cruceros estadounidenses que comenzaron a atracar en Cuba desde mayo, y de la próxima reanudación de los vuelos comerciales, que abaratará las tarifas. Viajar con una compañía chárter entre Nueva York y Varadero puede valer 800 dólares. En su sitio de Internet, American Airlines ofrece el mismo vuelo por 262 dólares a partir del 11 de septiembre.
“Incluso con las restricciones, hay indicaciones de que los viajes a Cuba incrementarán en los próximos años”, anticipa Pablo Casal, director de Four Points by Sheraton. Inaugurado el 29 de junio, fue el primero con capital estadounidense en abrir sus puertas en Cuba desde el triunfo de la revolución castrista en 1959.