El robot tendero

Aunque yo lo siga asociando con el cine de ciencia ficción la irrupción de los robots en la vida cotidiana parece que se ha convertido en una realidad palpable. La portada de ayer de EXPRESO publicaba la imagen de un reponedor con pinta de R2D2. Pero cuando me fijé con detenimiento me di cuenta de que no era un fotograma de la guerra de las galaxias sino que se trataba de un supermercado en Ciudad Celeste.

Resulta difícil para los que ya peinamos canas asimilar los cambios asociados a la tecnología, pero, sobre todo, el vértigo con el que se producen. Ayer veíamos en un reportaje de televisión a los autómatas de Amazon que corren por las estanterías recogiendo productos para entregarlos a los empleados y hoy no tenemos más que acercarnos a hacer la compra en Samborondón para contemplarlo con nuestros propios ojos.

Parece claro que, aunque uno ya enfila eso que llaman dorados años de la jubilación, todavía me queda por ver un nuevo cambio estructural de la sociedad, una nueva transformación de la forma en que vivimos, trabajamos y nos relacionamos totalmente distinta a la que experimentaron nuestros padres y nosotros en los últimos años.

Lo llaman la cuarta revolución industrial, pero no hay que tenerle miedo porque a medio y largo plazo todas las revoluciones industriales han generado empleo, riqueza y bienestar. Es cierto que al principio los cambios pueden provocar daños colaterales y llevarse por delante a los perdedores. Pero con los robots llegarán nuevas formas de empleo, nuevas profesiones y nuevas oportunidades.

Cuidado que en las economías emergentes, como las de los países de América Latina, el impacto será mayor al principio. La ventaja para competir que puede suponer la mano de obra barata no puede hacer frente a estos artilugios que cobran todavía menos. O sea, nada.

No vayan a quedarse, sin embargo, con la sensación de que quiero emular a Groucho Marx y su imborrable “que paren el mundo que yo me bajo”. Yo quiero seguir, aunque sea atendido por robots en la percha del súper.