Refuerzo. Militares con vehículos armados montan guardia ante el Museo del Mañana, en la zona portuaria de Río de Janeiro, área que fue renovada para los pasados Juegos Olímpicos.

Rio se hunde en la depresion tras JJ. OO. 2016

Luego de la parafernalia de la competición olímpica, la inseguridad, el miedo y la crisis económica han vuelto a esta metrópoli de más de 6,5 millones de habitantes.

Los fuegos artificiales y el espíritu festivo de los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro parecen, un año después, un recuerdo lejano para una población atribulada por la violencia sistemática y la crisis económica que sacude a Brasil, el gigante sudamericano.

El principal legado de estos Juegos -visto desde una actualidad marcada por guerras entre sanguinarias bandas de narcotraficantes y tragedias provocadas por ‘balas perdidas’ durante las incursiones policiales en las favelas- parece ser el modelo del impresionante despliegue de tropas que permitió garantizar su seguridad.

El ministro de Defensa, Raul Jungmann, se refirió específicamente a ese precedente al anunciar hace dos semanas el envío de 8.500 militares, ante la creciente sensación de inseguridad que domina entre los 6,5 millones de habitantes de la ‘Ciudad maravillosa’.

“Estamos repitiendo la fórmula de los Juegos Olímpicos de 2016, que tanto éxito tuvo”, afirmó.

La violencia está estrechamente ligada a la crisis económica, que comenzó hace dos años, mucho antes de los Juegos Olímpicos. El estado de Río de Janeiro está al borde de la quiebra y los funcionarios sufren retrasos en el pago de sus sueldos.

Muchos están dependiendo, incluso, de donaciones para sobrevivir.

Pero no están solos. Los policías siguen sin recibir el decimotercer mes de 2016 y las autoridades ya no pueden pagar las horas extras que permitirían aumentar significativamente el número de patrullas en las calles.

Sin embargo, los problemas financieros no explican por sí solos esta preocupante escalada de la violencia.

Numerosos especialistas en seguridad apuntan a la estrategia de ocupación de las favelas por parte de las autoridades, a través de las Unidades de Policía Pacificadora (UPP), estructuras de agentes de proximidad con las que se pretendía sacar a la población de las garras de los narcotraficantes.

“Estamos pagando ahora el precio del fracaso total del proyecto de las UPP”, denuncia Julita Lemgruber, coordinadora del Centro de estudios sobre la seguridad y la ciudadanía (Cesec), de la Universidad Candido Mendes.

“Las autoridades pusieron en marcha este proyecto en 2008, con el objetivo de reforzar la seguridad para la Copa del Mundo de 2014 y para los Juegos Olímpicos, pero lo hicieron a marchas forzadas, sin visión a largo plazo”, analizó.

“Las UPP no funcionaron porque solo la policía se constituyó en las favelas. Muchas de ellas no se beneficiaron de proyectos sociales o de urbanismo, que cuestan caro o son más complicados de poner en marcha”, reconoce Roberto Alzir.

Más allá de los problemas de violencia, la población ha resultado igualmente afectada por la fuerte tasa de desempleo.

Antiguos ejecutivos de empresas trabajan como conductores del servicio de taxis Uber para llegar a fin de mes, mientras la cantidad de personas sin hogar aumenta visiblemente.

La crisis afecta incluso a los deportistas de alto nivel: numerosos medallistas brasileños en los Juegos de Río han perdido a sus patrocinadores, hecho que pone en riesgo su continuidad en la alta competencia.

Abandonadas durante meses, algunas instalaciones del Parque Olímpico comienzan ahora a recibir entrenamientos o eventos puntuales, pese a que todavía persisten muchas dudas sobre su futuro.

Reabierto desde mayo, una parte del techo del velódromo ardió durante la madrugada del 30 de julio en un incendio presumiblemente causado por unos globos de papel con velas lanzados al aire.

La estructura prefabricada de la Arena do Futuro, que recibió los partidos de balonmano, debía reutilizarse para construir tres escuelas en los barrios pobres, pero el proyecto ya no está vigente debido a los problemas presupuestarios del ayuntamiento.

Esta fue la última de las obras que se inauguró, con seis meses de retraso y poco antes de que empezaran los Juegos, con un costo de casi 50 millones de dólares.

Otra muestra del fracaso del legado olímpico son los 3.604 apartamentos de la Villa de los Atletas, que debían ser vendidos tras concluir la competición. Un año después, apenas 600 se colocaron a la venta, solo 240 se vendieron (el 40 %), debido a la crisis económica.

“Conseguimos hacer unos grandes Juegos Olímpicos pese a la crisis. La herencia no está comprometida, solo va a hacer falta más tiempo” para materializar los proyectos, argumenta Mario Andrada, director de comunicación del Comité organizador de Río-2016.

Los habitantes de esta gran metrópoli se benefician ya de la extensión de la red de transportes y de la revitalización de la zona portuaria de la ciudad, pero la severa crisis y los problemas de violencia han afectado directamente al turismo.

Según la Confederación Nacional de Comercio (CNC), se crearon alrededor de 5.000 puestos de trabajo en este sector durante los Juegos Olímpicos, pero alrededor de 9.000 personas fueron despedidas de enero a mayo de 2017.

Un actor de ‘Ciudad de Dios’ es un jefe narco en las favelas

Hace 15 años, a Ivan da Silva Martins se le conocía como Ivanzinho, un muchacho problemático al que le gustaba robar. Un día fue seleccionado para un papel pequeño en una película que pretendía plasmar la vida en una favela dominada por el crimen y la crueldad de los jóvenes soldados del narcotráfico. Cidade de Deus (Ciudad de Dios), lanzada en 2002, se convirtió en uno de los filmes más famosos y aplaudidos de Brasil. Estuvo nominado a cuatro Óscar, fue visto en todo el mundo y podría haber cambiado la vida de Ivanzinho.

El mismo joven que en aquel rodaje era, en palabras del director, Fernando Meirelles, un chico puntual y hasta un buen actor, es hoy uno de los hombres más buscados de Río de Janeiro. Entre otras acusaciones, es el principal sospechoso del asesinato de un policía militar en la favela de Vidigal (el agente, Hudson Silva de Araujo, es el número 91 que muere en la ciudad en lo que va de año, una cifra escandalosa hasta para Río de Janeiro y que da buena muestra del trágico declive carioca).

Ivanzinho ahora es conocido como Iván el Terrible. Según la policía, es el jefe del narcotráfico en la favela de Vidigal, un enclave que, hasta que se volvió a disparar la violencia en Río, era el destino favorito de los turistas por su oferta cultural, sus fiestas, sus casitas y vistas panorámicas del océano.

Ivanzinho era, en Ciudad de Dios, uno de los integrantes de la banda del terrible Ze Pequenho, el jefe del narcotráfico en la pantalla. Ahora, Iván el Terrible es el protagonista de su propia película. (El País)