Renovacion del RU luego de Trump y el brexit

Después de tres días de pompa y ceremonial, el presidente estadounidense Donald Trump abandonó Londres. Más allá de la apariencia de esplendor, el país está consumido por un brexit estancado, el interminable debate sobre él, y una crisis de identidad mucho más profunda: la lucha por redescubrir qué es ser británico. Es una triste ironía el que esta semana marque el aniversario 75 del Día D, con que se inició la liberación de Europa del fascismo. El actual Partido Conservador parece decidido a rechazar cualquier trato con la UE, declarar un brexit sin acuerdo y salir apresuradamente de la Unión el 31 de octubre, lo que equivaldría a una declaración de guerra económica a sus vecinos continentales. El RU, que por largo tiempo se enorgulleció de ser una nación pragmática, tolerante y ecuánime, hoy está en riesgo de incubar un tipo de nativismo que se mira el ombligo, intolerante y confrontacional. Fuimos de los primeros en practicar la tolerancia política. Pero el meteórico ascenso del partido del brexit, liderado por el antieuropeísta Nigel Farage y su éxito en fijar los términos de elección del próximo primer ministro conservador, ha dejado al resto del mundo preguntándose qué ocurrió con la Inglaterra moderada, racional y no ideológica, afamada por su actitud empírica y su creencia en un cambio evolutivo más que revolucionario. Farage tiene más en común con la líder de extrema derecha francesa Marine Le Pen, Trump, y el presidente ruso Vladimir Putin en su deseo consciente de destruir cualquier institución que tenga en su nombre “global” o “europea” que con los valores británicos tradicionales. Con un brexit sin acuerdo los precios subirían un 10 %, seguido de una recesión, sin descartar disturbios civiles. Además, el acuerdo de paz de Irlanda del Norte se derrumbaría y quedaría en riesgo la unión con Escocia. Pero gracias a Farage y al faragismo que se ha apoderado del gobernante Partido Conservador, un acto de autodestrucción económica que claramente va en contra del interés nacional se presenta como la apoteosis del patriotismo británico. En todo el mundo, los líderes moderados hoy deben responder al descontento económico de millones que se sienten perjudicados, y al pesimismo cultural y al desprecio a los políticos que “están en sus puestos solo en beneficio propio”, actitudes que alimentan el nacionalismo populista promovido por el mentor de Trump, Steve Bannon y sus secuaces. Mientras el derrotado sector de quienes querían permanecer en la UE (“Remain”) libró una campaña económica centrada en el temor a la pérdida de empleos que conllevaría salir de la Unión, el bando victorioso (“Leave”) impulsó una guerra cultural que exageraba el temor a la inmigración y afirmaba la necesidad de que los británicos patriotas “recuperaran el control”. Tras los resultados del referendo de 2016, cualquier grupo de líderes que no estuviera en el poder podría haber encabezado un debate nacional para recordarnos a nosotros mismos que una cepa de nacionalismo intolerante y aislacionista no es expresión de los valores británicos, sino un repudio a ellos. Ese debate nunca ocurrió. El brexit ha revelado una crisis tan profunda que no se puede remediar con medios tradicionales. Asambleas ciudadanas podría convocar a una muestra de votantes para escuchar, hacer preguntas a expertos y desafiar puntos de vista, forjando un consenso sobre el futuro europeo del RU previo a un segundo referendo. No es demasiado tarde. Tras un proceso así, el pueblo británico se encontrará en un país más tolerante, ecuánime y abierto que el promovido por los extremistas que hoy dicen hablar en nuestro nombre.