Quienes son los ‘chalecos amarillos’ en Francia

A unque el gobierno francés acusa a Marine Le Pen, la dirigente política derechista, de instigar a la violencia, los llamados ‘chalecos amarillos’ constituyen un movimiento sin organización, sin dirección y sin portavoces oficiales. En las manifestaciones de París, el fin de semana, eran fácilmente discernibles hombres y mujeres de muy diversa procedencia, grupos de clases medias y pensionistas de provincias, parejas y familias, todos enarbolando banderas de Francia, pidiendo comprensión y denunciando a Macron porque consideran que está con los ricos.

Al principio, grupos de jóvenes de la periferia de París y otras grandes ciudades, en banda, lanzaban proclamas muy duras contra Macron, sin llegar a los enfrentamientos con las fuerzas del orden. Después, al multiplicarse, se concentraron en el centro de París, asaltando almacenes, quemando autos y apoderándose de las avenidas principales.

¿Quiénes son sus amigos y enemigos? Para los analistas políticos, el francés medio tiene familia o amigos que viven en pueblos pequeños: de ahí la gran solidaridad moral y la comprensión. Por el contrario, las élites intelectuales, culturales y sociales siempre han considerado que esa Francia profunda era un poco arcaica y provinciana. Los ‘chalecos amarillos’ son la revuelta de esa Francia profunda contra las élites parisinas que Emmanuel Macron encarna. El 70 % - 80 % de los franceses dicen apoyar o comprender el movimiento.

¿Qué querían? Que no suban los carburantes, recuperar el poder adquisitivo perdido y los servicios públicos perdidos en la Francia periférica, que no tiene las ventajas de París y las grandes ciudades; aumentar los salarios, no poner más impuestos, etc.

Después de cuatro semanas de protestar y de incendiar ciudades en manifestaciones que han dejado dos muertos, cientos de heridos y miles de arrestados, el movimiento parece estar viendo los frutos de sus protestas.

El presidente Macron, que había mantenido un perfil bajo respecto a las protestas, se vio obligado a anunciar una serie de medidas que busca apaciguarlas.

En su alocución, reconoció que muchas personas no están felices con las condiciones en las que viven y que además “no han sido escuchadas”.

Aunque condenó la violencia, el presidente dijo que la rabia de los manifestantes era “profunda y en muchas maneras legítima”. Macron prometió un aumento de 100 euros al salario mínimo a partir de 2019. También anunció concesiones en la carga tributaria. Además, canceló los planes para aumentar los impuestos de los pensionados de bajos ingresos; el pago de horas extras ya no será gravado y a los empleadores se los alentará a que paguen un bono de fin de año libre de impuestos a sus empleados. Días antes ya había anunciado auxilios a las personas que conducen para ir al trabajo y suspender el aumento al precio del combustible.

El presidente también se comprometió a reunirse con alcaldes de todas las regiones de Francia y fomentar un “debate sin precedentes”. Sin embargo, se negó a poner un impuesto a la riqueza alegando que debilitaría a todos, pues se necesita crear trabajos.

Un corresponsal de la BBC en París comentó que los ‘chalecos amarillos’ se han convertido en “uno de los movimientos de protesta más exitosos de los tiempos modernos”. “Han forzado una reorientación total de las políticas económicas y sociales de Francia, y sin siquiera haber hecho una lista formal de demandas”.

Pese a todas las concesiones, los ‘chalecos amarillos’ no se han calmado. Ayer realizaron nuevas movilizaciones.

Conclusiones. Preocupado Macron en asuntos internacionales, como lo reconoció, no se percató de las inquietudes que tenía el pueblo. Y conste que los avances sociales que tienen Francia y buena parte de Europa Occidental no pueden compararse con lo que recibimos de los estados en nuestra América Latina. Recordemos que el Estado es una ficción creada hace varios miles de años para garantizar la vida de su población. Parece que los gobiernos lo han olvidado y lo que han hecho es crear un Estado cada vez más inflado para satisfacer a la enorme burocracia que alimenta. Adquieren deudas para financiar los elefantes blancos que construyen, y para pagarlas aumentan los impuestos, tasas y más contribuciones, sin importarles la real situación del pueblo al que se deben. ¡Cuidado se cansa el pueblo y pasa lo de Francia!