
El precio de vivir solo
En Europa le llaman la tasa ‘single’. Dicen aquellos que han dejado sus hogares que los gastos de alimento y servicios aniquilan sus bolsillos.
Desde hace un año Sebastián Salazar vive solo. Antes, cuando compartía departamento con su pareja, pagaba alrededor de 30 dólares por el servicio de luz al mes. Dividían la cuenta. Hoy la factura es de 20. “Existe una tarifa que no varía, el consumo sí”. ¿Y quién la paga? Solo él. Eso sin sumar las demás por agua, teléfono, Internet... Por eso Sebastián considera que compartir es más barato. Y siente que Quito (y quizás otras ciudades) no está preparada para la gente que vive sola, no en sus productos y servicios... Ni en su infraestructura, confirma Michelle Cobo, quien para encontrar un departamento individual tardó seis meses.
Solos y solteros (en su mayoría) se enfrentan, de alguna manera, al precio de la independencia. Enumeran los perjuicios: en el supermercado hay paquetes de ahorro, sí, pero familiares; en los hoteles se puede alquilar una habitación, sí, pero se paga lo mismo si entran una o dos personas en una simple; las agencias de viaje dan descuentos por los vuelos, sí, pero cuando van más de uno o en familia; los restaurantes tienen promociones, sí, pero... Interminable. No tener pareja conlleva un coste adicional en muchos servicios. En Europa le llaman la tasa ‘single’: en Ecuador: ‘pagar más por vivir solo’.
Dejar la casa, sin pareja y diez años atrás, estaba cargado de connotaciones negativas. Críticas. Burlas. Ahora esa es una opción más. En Ecuador, los hogares estaban formados en 2010 por 3,8 integrantes, frente a los 4,2 en 2001. Y hay más. Hasta el 2015, según el Instituto Nacional de Estadística y Censos (INEC), el número de hogares de una persona se había incrementado un 74,5 % en una década, llegando a los 459.610. En 2019, esa cantidad ha ascendido a 558.023 (hasta marzo). Y está creciendo sin parar.
Cada vez hay más jóvenes que buscan emanciparse, aun cuando en el país, cuenta Sebastián, la cercanía con la familia pesa mucho. “Algunos padres dicen: ‘Hay que construir un departamento en la propia casa, al lado, por si mi hijo lo necesita; que venga a vivir aquí’. Yo no. Ni mis hermanos. Yo aporto para la independencia”, cuenta el sociólogo especializado en Ciencias Políticas. Con 32 años, reconoce que “resulta más caro vivir solo” por el tema de servicios, alimentación, alícuotas, renta. Ya está acostumbrado.
Hacer mercado es para muchos una tortura. No solo porque es vaciar medio bolsillo en la caja, sino porque para aquellos que viven solos (incluso pueden ser ancianos) no hay ofertas para una persona. Sí se lee en las estanterías ‘pack’ de ahorro o envase familiar, pero “las porciones son muy grandes; en verduras, por ejemplo, los tomates los venden en empaques grandes, vienen hasta diez, y no me sirve porque yo uso apenas dos cada quince días”, detalla Sebastián, quien afirma que en Quito no hay lugares para comer solo, o sí, pero termina siendo más caro que prepararse un platillo.
EXPRESO consultó con empresas que realizan estudios de mercado. Ninguna tenía una investigación sobre los costos extras que soportan las personas que viven solas en Ecuador. Sin embargo, en abril de este año la Oficina Nacional de Estadísticas de Reino Unido publicó un estudio que detalla que aquellos que viven solos gastan una media del 92 % de su salario, mientras que quienes viven en hogares de dos personas un 83 %.
Según el portal Linio.com, en Latinoamérica “una persona sin compromiso gasta aproximadamente 939 dólares” al mes en promedio. Esto, porque en su rutina incluye citas, salidas con amigos, fiestas, viajes... (sin dejar de lado a las personas ancianas, que también se deben enfrentar a la ciudad solas. Muchas, abandonadas. Otras, porque así lo prefieren).
Michelle Cobo, de 25 años, trabaja en un consorcio de carros. Con confianza, enumera sus gastos mensuales: 260 dólares en arriendo, 300 en comida, 700 en tarjetas de crédito, 40 en gasolina, 50 en comida para sus gatos, 40 en parqueaderos... y más. Apenas le sobran 100 dólares. Difícil ahorrar por ahora.
No obstante, si en su departamento viviera con una persona más, podría incluso disminuir sus egresos en alimentación y en vivienda. Coincide con Sebastián. “Los productos y servicios no están acondicionados para gente sola, no están adaptados a un consumo individual”, repite.
Para Wilson Araque, director del Observatorio de Pequeña y Mediana Empresa de la Universidad Andina Simón Bolívar, aquí hay un nicho que aún no ha sido descubierto. Y lanza una idea. “Pensando en los emprendedores, hay una oportunidad en el sentido de empezar a desarrollar productos, y que estos no solo se piensen en el grupo familiar, sino también en las personas que han optado por vivir solas”. Dice que los costos aumentarían para las empresas, pero se debería promover una especie de ejercicios asociativos.
Por ejemplo, plantear un enfoque no a grupos familiares, sino de amigos, de vecinos, de compañeros de trabajo. “Se aplicaría la economía de escala. No es lo mismo comprar tres productos que treinta (lo que no serviría para una persona sola). Pero si se aplica aquel concepto en la compra de bienes y servicios, podría resultar más atractivo para las empresas”.
Araque explica que en el país (y en el mundo) estamos en un proceso de adaptación. Aún cuesta entender que personas de 40 años vivan solas. Antes se pensaba que era una locura, pero hay que entender estas nuevas realidades. Y hay un indicador: el aparecimiento de nuevos servicios de comida que, de alguna manera, funcionan para uno solo. Ya se ha reducido esa tradición de salir todos juntos a un restaurante, y quienes viven solos no tienen otra opción que gastar un poco más. El precio de la independencia.
Emancipación
Las personas (sobre todo los jóvenes) hablan sobre el precio de vivir solas, pero aseguran que eso no importa al momento de tener independencia, libertad y responsabilidad.
No solo es bajar el tráfico, sino generar servicios
Elías Tenorio, secretario técnico de Juventudes, explica que uno de los beneficios de vivir solo es el fortalecimiento del carácter. Por otro lado, señala que en Ecuador las grandes ciudades (Quito, Guayaquil y Cuenca) ofrecen muchas oportunidades en educación y en el tema laboral, y por eso la mayor cantidad de jóvenes, de entre 18 y 29 años, viven en la ciudad. Es un 75 %. El resto, en la zona rural.
También dice que los muchachos observan a las ciudades como punto de acceso a la diversión. ¿Qué tipo de diversión?, se pregunta. ¿De jardines, parques, servicios culturales? Asegura que “a veces se sataniza al joven en el sentido de que solo busca discotecas”.
Reconoce que las ciudades no están pensando en una nueva tendencia: que la gente viva sola. Explica que “tal vez el desarrollo de las urbes está enfocado últimamente en el económico y no en el del ser humano, pero esta es una responsabilidad también de los municipios. El mejor estilo de vida no solamente es bajar la cantidad de tráfico, sino generar servicios”.
Y habla de las ciudades universitarias (pensadas para personas solas). “Nosotros, desde la gestión urbanística, te das cuenta de que tenemos líneas rectas verticales y horizontales que generan cuadras alrededor del enclave de poder. Digamos la Plaza Central. No se configuran alrededor de parques, de servicios públicos, hospitales, escuelas... Si se hiciera una adecuada planificación alrededor de eso, por supuesto que vas a mejorar sustancialmente la calidad de vida de las familias y particularmente de los jóvenes”.
Sobre la infraestructura, comenta: “Estamos creando oportunidades de habitabilidad para familias, esta es una visión no del Gobierno, sino de la sociedad”.
Sebastián Salazar
Existe una valoración un tanto moral sobre vivir solo. Se piensa que una familia asegura estabilidad; la soltería está asociada con inestabilidad.