El precio de ser visibles

Hasta hace poco, la notoriedad positiva de alguien estaba ligada a su inteligencia y probidad, a su espíritu de superación y en especial , a la bondad social de sus proyectos personales. Sobrevino la corriente socialista del siglo XXI y con ella la exaltación de lo mediocre y, peor aún, de lo paupérrimo en todas sus expresiones y dimensiones, tanto en lo cultural y lo social cuanto en lo económico. Fue el refugio de los pobres de espíritu y de los carentes de ideas desarrollistas, aunque, paradójicamente, proclamaban ser los únicos artífices de su futura prosperidad.

Forjaron una visión amplificada y errónea de sí mismos y creyeron que esa gran mentira de lucha de clases les serviría de permanente anzuelo. Olvidaron que un buen gobierno es aquel que menos exhibe sus cualidades, porque estas, cuando son ciertas, fluyen por sí solas. Cantaron loas de sí mismos y, tras el fracaso universal de su inaplicable gestión, carentes ya de argumentos válidos para proseguir en el mando de sus empobrecidas y saqueadas naciones, no aceptan su consecuente invisibilidad y olvido y acuden a extravagantes y delictivas acciones para mantenerse en nuestra memoria histórica. ¿Qué hacer, entonces, en un país como el nuestro? ¿Resistir sin argumentos? ¿Seguir alardeando de honestidad ante una sociedad que les repudia por deshonestos?

¿Seguir con sus arengas a una sociedad que quiere olvidarse de ellos? ¿Cómo derrotar la invisibilidad que comienza a envolverles? El encarcelamiento y victimización de Correa sería una de esas opciones, aunque a costa del sufrimiento que solo los auténticos líderes populares podrían resignadamente soportar.

Patiño no soporta ser ignorado y ha pedido a sus seguidores que se inmolen por la causa correísta.

La “resistencia combativa”, expresión por sí misma cursi y ambigua, fue desnudada en toda su insensatez y torpeza por el mismo Patiño: apoderarse de las instituciones, incendiar las calles, sembrar el caos, tomarse el poder siguiendo el ejemplo soviético y, a cambio, sufrir las represiones, ser encarcelado o morir si fracasan en su belicoso intento.

¡Todo ello por reinstalar a un correísmo depredador y mañoso!

Patiño logró la visibilidad ansiada, por demás conocida por el pueblo ecuatoriano. Su desesperación por ser notorio, visible y observado, le ha llevado a hacer apología de más de un delito, a no reparar en el infortunio al que condenaba con burda crudeza a sus conciudadanos.

A la década perdida en manos de Correa pretende sumar la dictadura proletaria que a través de su actuar político ha sido su tema nuclear, acompañado de su venerada imagen del genocida ‘che’ Guevara.

El dilema al que se enfrentan los correístas es simple: Aceptar el olvido y tornarse invisibles a una agraviada sociedad, o aspirar nuevamente al poder mostrando su repudiable rostro de ineptitud y deshonestidad. Huir, asilarse. Deambular por el mundo, rehacer sus vidas en la medida que esas nuevas sociedades les permita, o insistir en la insensatez delictiva de destruir por toda una eternidad una nación que cometió el grave pecado de creer en ellos.