JORGE CHERREZ Y JOSE SERRANO
Recuerdo. José Serrano, entonces ministro del gobierno de Rafael Correa, condecora al Mago Chérrez, que luego financiaría el spa de su amiga.archivo / expreso

José Serrano cambia Chérrez por Cherres

La campaña más sucia de la historia termina de la manera más ruin: removiendo el cadáver del enemigo asesinado

La más violenta y más sucia de las campañas electorales que haya vivido el Ecuador terminó con el más oscuro de los personajes difundiendo la más retorcida de las mentiras. José Serrano, ex presidente de la Asamblea Nacional, ex ministro del Interior del correísmo, enemistado durante años y hoy al parecer reconciliado con el expresidente prófugo, trató de conmocionar el viernes las redes sociales con una versión sobre el asesinato de Fernando Villavicencio en la que, atribuyéndose el conocimiento de información privilegiada, involucra directamente al presidente de la República, Guillermo Lasso. No pasaron 24 horas antes de que lo desmintieran las mismas fuentes que pretendía citar y que, de paso, lo desprecian. Profundamente. Porque lo conocen.

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De Serrano, Villavicencio contaba maravillas. Lo acusaba, por ejemplo, de ser el responsable máximo de aquel sonado esquema de corrupción ocurrido durante el correísmo y conocido como el caso Pases Policiales, del que el entonces ministro salió sobreseído, según Villavicencio, por un fraude perpetrado por la juez Maritza Romero. Pero, sobre todo, lo vinculaba con el afianzamiento de los grandes carteles del narcotráfico en el país. Recordaba, cada vez que tenía la oportunidad de hacerlo, su oficiosa participación en el millonario matrimonio del hijo del narco venezolano Roberto Rincón, que el entonces ministro Serrano celebró en Manta. Y llegó a decir de él, en sede parlamentaria nada menos, que “tenía una mansión en Muisne (provincia de Esmeraldas) desde donde dirigía las actividades del narcotráfico”.

Dos enemigosDe Serrano, Villavicencio contaba maravillas relacionadas con corrupción. Sobre todo, lo responsabilizaba de haber permitido el afianzamiento de los carteles del narcotráfico.

Lo cierto, lo incontrovertible, es que José Serrano fue el ministro del Interior que, en febrero de 2014, recibió el titulado ‘Informe sobre desmovilizados FARC hacia Ecuador’ (“urgente y reservado”) de la Secretaría de Inteligencia. En él, por primera vez, se hablaba de cómo las bandas armadas al servicio del cartel de Sinaloa controlaban el norte de Esmeraldas, habían convertido el puerto de San Lorenzo en uno de sus principales puntos de envío de sus cargamentos y proyectaban ya su incidencia sobre la provincia de Manabí. El informe concluía que el problema no haría sino complicarse (como en efecto está ocurriendo) si no se tomaban medidas inmediatas. ¿Qué hizo Serrano? Ese mismo año declaró que la prioridad máxima del Estado en materia de política antidrogas era… ¡la lucha contra el microtráfico! Y puso a la Policía a cazar pobres diablos en La Mariscal de Quito y el barrio Garay de Guayaquil.

La última vez que Villavicencio y Serrano se encontraron, si bien por vía telemática, fue el 23 de noviembre de 2021. El primero, presidente ya de la Comisión de Fiscalización, había citado al otro para que rindiera testimonio sobre el caso Isspol. Convenientemente instalado en Estados Unidos luego de perder la inmunidad parlamentaria, Serrano centró su comparecencia en lanzar acusaciones contra María Paula Romo, muy seguro de sí mismo. Todo iba bien para él hasta que Villavicencio le mostró el cheque: 230 mil dólares que Jorge ‘El Mago’ Chérrez, el hombre de los millonarios desvíos de los fondos de la seguridad social de la Policía, entregó a María Paula Christiansen, amiga cercana (muy cercana) de Serrano y su coordinadora administrativa en el Ministerio del Interior, prófuga de la justicia debido a los buenos negocios que hizo en el servicio público e instalada, lo mismo que Serrano, en Miami (caramba, qué coincidencia), donde se puso un spa de lujo. A nombre del spa de la amiga de Serrano salió el cheque de Chérrez con la plata de los policías. Y cuando lo vio, se demudó el exministro y trató de mantener la compostura, mientras a Villavicencio le chispeaban los ojos con ese brillo tan particular de picardía propio de él, mientras se esforzaba por no reír.

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Sin duda José Serrano tuvo motivos para celebrar con el asesinato de Fernando Villavicencio. Hoy, tras pasársela toda la campaña identificándolo con Guillermo Lasso y a ambos con el narcotráfico, no se le ocurre mejor idea que culpar del crimen al presidente de la República. Para dotar de cierta verosimilitud a este globo de ensayo, cita la autoridad de un “asesor de Lasso de Colombia” y escribe con mayúsculas que esta es “INFORMACIÓN RECONFIRMADA”: “Las llamadas telefónicas a los sicarios (autores materiales) de Fernando Villavicencio (sic), salieron -dice- del mismo número que ordenó, dirigió y concretó el asesinato de Rubén Cherres, socio de Danilo Carrera y a su vez, hombres duros del narcogobierno de Guillermo Lasso y vinculados a la mafia albanesa”. Medios y empresas digitales afines se hicieron eco de inmediato de esta versión. A José Serrano lo retuiteó Ecuador Inmediato; a este, el presidente prófugo; y a este, como si su retuit fuera una autorización (que, de hecho, lo es), una multitud de trolls, ‘influencers’ y candidatos.

MentirosoQue Guillermo Lasso está involucrado en el asesinato de Villavicencio, dice Serrano. Pero la fuente que dice haber consultado confirmó que es mentira y que no ha hablado con él.

Con la precisa simultaneidad que lo caracteriza, Andersson Boscán parece corroborar también, desde el lugar donde se encuentra, la idea de que el asesino de Villavicencio es el mismo que el de Rubén Cherres. Por lo menos es lo que se desprende confusamente de este fárrago de deplorable escritura: “Hoy en las versiones, tras el asesinato de Fernando Villavicencio, uno de los testigos ha ratificado y resaltado la información sensible que manejó sobre Rubén Chérrez (también asesinado), el Gran Padrino Danilo Carrera Drouet y otras mafias. Recibió amenazas al respecto”. Cosa rara por partida triple: primero, porque no se tiene noticia de que la rendición de versiones haya empezado aún; segundo porque, de haber empezado, sería reservada; por último, dado el caso de que alguna versión se hubiera ya rendido y que Boscán pudiera conocerla, no pasa de ser eso, una versión que debe ser contrastada (de ahí la razón suficiente para la condición de reserva) y cuyo interés público, en todo caso, dependería de su autor. Y ese dato, quién es el autor de la versión, es precisamente el que se guarda Boscán.

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En cuanto a las fuentes de José Serrano, el “asesor de Lasso de Colombia” no puede ser otro que el general Jorge Luis Vargas, un exdirector de la Policía de ese país que brindó colaboración al gobierno ecuatoriano en temas de lucha contra el narcotráfico. En días pasados él reveló, en una entrevista para un canal colombiano de televisión, que la identidad del autor intelectual y financista del asesinato de Villavicencio está prácticamente establecida. Al interrogarle este sábado 19 de agosto sobre la afirmación de Serrano, según la cual el propio Guillermo Lasso está involucrado en el crimen, una fuente cercana al general Vargas aseguró, tras tomarse el tiempo para corroborarlo, que lo que ese señor dice es mentira. Que ni siquiera ha hablado con ellos. Y todo parece indicar que tampoco ellos lo harían con él, porque sencillamente no lo quieren.

En resumen: la más violenta y la más sucia de las campañas electorales que haya vivido el Ecuador termina de la misma manera como se desarrolló: con ruindad, abyectamente. Removiendo el cadáver del enemigo para obtener réditos políticos a sus costillas. Intento que se desinfló sin pena ni gloria, en consideración de la vileza pública y notoria de los conjurados.

  • Hora de echar culpas

El asesinato de Fernando Villavicencio por sicarios en Quito se convirtió, dolorosamente, en un tema de disputa electoral durante la última semana de la campaña. Las sospechas que recaen sobre la Policía por las debilidades del cerco de seguridad que debía cuidar al candidato; la denuncia del propio Villavicencio contra cinco asambleístas de quienes sospechaba querían asesinarlo; finalmente, los intentos por culpar al gobierno... Todo remueve y enturbia la escena política.