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El periodismo queda

La denominada revolución ciudadana se sustentó en un Estado de propaganda que consistió en la defensa a ultranza de la figura de su líder máximo, Rafael Correa, y en la aniquilación de los medios críticos con el Gobierno a través de una Ley de Comunicación usada con dedicatoria desde la Supercom.

Uno de los que comandó la misión de amordazar a la prensa nacional fue el exsecretario de Comunicación, Fernando Alvarado Espinel, quien con un discurso grosero y beligerante imponía desde Carondelet rectificaciones y réplicas a su antojo para desprestigiar al periodismo independiente.

Paradójicamente, Alvarado, uno de los hombres fuertes del correato, hoy está prófugo de la justicia y tiene una difusión azul por parte de la Interpol, que lo busca en 192 países, luego de que se fugara del país despojándose del grillete electrónico que le impuso la justicia por un caso de peculado tras supuestos contratos irregulares relacionados con las sabatinas.

Y fue precisamente desde esa tribuna, orquestada por Alvarado, donde el mandatario rompía periódicos, insultaba a sus opositores, pedía sanciones para los medios e imponía su verdad a costa de los hechos que muchas veces le fueron adversos.

Segmentos específicos, como la mentira y la ‘caretucada’ de la semana, fueron dedicados a las noticias que el oficialismo quería desmentir cuando las publicaba la denominada “prensa corrupta”, que en varias ocasiones fue multada hasta por lo que no decía. En los diez años de correísmo, el periodismo de investigación libró las más duras batallas al no tener acceso a las fuentes oficiales, que se escudaban en el silencio para luego contraatacar con la mordaza en mano exigiendo rectificaciones como condición para evitar sanciones económicas.

Esa fue la línea que trazó el régimen anterior con la ayuda de quien hoy también evade a la justicia por los presuntos malos manejos de los medios incautados, que fueron usados como arma política para contrarrestar los casos de corrupción que ahora se ventilan en las cortes del país.

La moraleja que queda de este asunto es que las personas y los cargos pasan, pero el periodismo libre permanece en el tiempo como testimonio de lo fue una década de tiranía que no se puede repetir.