El perfecto idiota: edicion siglo XXI

Son dos décadas desde que Plinio Apuleyo Mendoza, Carlos Alberto Montaner y Álvaro Vargas Llosa publicaron su memorable ensayo sobre El Manual del perfecto idiota latinoamericano. Desde entonces y por desventura, las huestes de la idiotez se han renovado y tornado peligrosas por violentas, vinculadas con el narcotráfico, el lavado de activos, y la sedición desde exteriores.

En el siglo XX, el idiota era reconocido por sus exquisitas idioteces: así, la pobreza existía porque había ricos, y los yanquis eran el imperio del mal. Lo social era sagrado, sin importar que tuviese sustento o no en cuanto a soluciones. El capitalismo era mala palabra, en tanto que el socialismo evocaba visiones bucólicas de paz, entendimiento, y armonía. El populismo nació y prosperó, engatusando a las masas con visiones utópicas de paraísos por los populistas a forjar.

El idiota del siglo XXI es híbrido: heredero del pasado, pero convencido de ser predestinado. Es globalizado y se comunica por “email”, chat, y Facebook. Fue expuesto a una ensalada de ideas, vacías de fondo, pero plenas de idioteces. Las coyunturas le fueron felices pues el Antiguo Régimen estaba carcomido y la gente se sentía defraudada por la generación populista que pretendía, en la edad madura, hacerse pasar por liberal. En su conquista del poder, adoptó los instrumentos de las endebles democracias. Su entelequia, afín a la del Tercer Reich, lo llevaba a imaginarse como un ser perpetuo. Habría que forjar para ello un nuevo ordenamiento institucional, reclutar mujeres de la misma estirpe, y acaparar las instancias de poder. El advenimiento de China como gran potencia le fue providencial, pues pudo plantar el árbol de la aparente prosperidad, más frondoso que nunca.

Pero no pudo resistir la tentación del fruto del bien y del mal y se convirtió en amante del dinero fácil. Traspasó los umbrales del lujo y de la adulación, quedando prendado de cómo viven los ricos, decidiendo emularlos en sus gustos, viajes, boato y vanidad. No adoptó, sin embargo, los hábitos de trabajo, empresa y diligencia. Los pobres quedaron en el olvido, excepto en tiempo de elecciones. Promovió el Estado de propaganda y sus mensajes llenaron todo espacio con retórica cacofónica; el control social devino en el dominio de los “hackers” y “trols” listos para aplastar cualquier oposición.

La fiesta terminó. Los desenlaces del idiotismo, practicado por los Idiotas de oficio (todos con mayúscula pues se trata de nombres propios) son diversos, pero están enhebrados por el hilo común de la corrupción. Hay Idiotas referentes en la cárcel, pero quedan los que, luego de robarse países enteros, siguen propalando su estulticia. Hay también experimentos fallidos de sucesión cuyos planes sucumbieron en las complejas realidades de la descomposición material y moral que dejaron como herencia. El idiotismo está en fase de decadencia, pero busca desesperadamente mantenerse vigente, recurriendo a la violencia verbal y volviendo por los fueros de la denuncia y la condena de míticos contrincantes que dejaron de existir. Buscando, además, la forma de culpar a la conspiración internacional, al renacer neoconservador, o a las fuerzas de la reacción.