
La Pascua que llevamos dentro
Ellas madrugaron en busca de la evidencia. Habían colocado el cadáver del Maestro en aquel sepulcro y allí tenía que seguir, que los muertos no caminan. Lo que no sabían es que pueden jugar al escondite. Pensaban hacer el último gesto de amor: limpiar
Ellas madrugaron en busca de la evidencia. Habían colocado el cadáver del Maestro en aquel sepulcro y allí tenía que seguir, que los muertos no caminan. Lo que no sabían es que pueden jugar al escondite. Pensaban hacer el último gesto de amor: limpiar y tratar la carne muerta para que se muriera un poco menos por unos días. Ellas no estaban para misterios. El misterio de verdad lo llevaban en su corazón, que siempre el amor ha sido el misterio más cercano y menos explicable. Porque el nuestro, con minúsculas, procede del que se escribe con mayúsculas.
Ellos seguían atornillados a su miedo, incapaces de reconocer el misterio que también les habitaba pero que se les había quedado vacío. Cuando ellas llegaron diciendo que el Señor... solo algunos salieron corriendo a ver qué había pasado con las evidencias. Pero los relatos coinciden: ninguno fue capaz ni recordar tan siquiera lo que él les había anunciado unas semanas antes. Para más inri, ahora, sin evidencias, más oscuridad.
Es hermoso saborear cómo los escritores del Testamento Nuevo se las arreglan para “contar” las experiencias vividas por personas y comunidades para las que ellos escriben sus textos. Nadie intenta una “crónica” periodística. Puesto en hoy, las fotos solo mostrarían espacios y rostros lacrimosos, a ratos por la pena y a ratos por una alegría desbordante. La traducción al castellano no ayuda porque “apariciones”, entre nosotros, significa algo escalofriante y que nunca puede ser “verificado”. Hay que creer en ellas: a las personas que lo dicen y en lo que dicen.
Los ojos de ellas solo vieron la luz de la mañana dominguera recién estrenada. Sentirse envueltas en ámbitos del cielo de Dios, donde se celebra ya que el Cristo vive, las dispara hacia la casa donde están ellos. Porque el propio corazón estalla de pretender guardarse tanta alegría. Algunos textos nos dicen que “lo abrazaron”... ¿cómo pueden abrazar los brazos nuestros un cuerpo que ya no ocupa lugar en espacio y solo en los corazones? Juan dice que tenía voz y que la de Magdala “escuchó su nombre” pronunciado por él, porque él no se había muerto nunca en su corazón. Tanto amor tenía que fructificar y, desde entonces hasta que se murió y resucitó con él, ella lo escucharía cada día, como lo escucharíamos nosotros si hiciéramos más veces un silencio de las cosas en el hondón del alma.
Porque él siempre está ahí. El Padre y el Espíritu, con él, nos habitan y no se marchan ni cuando nosotros nos vamos a gastar la herencia por los caminos... Eso no puede “decirse”, pero puede intentarse en las comunidades de la fe. El misterio pascual se hace historia en ellas cada día, por más que los cadáveres sigan quietos en los sepulcros y las cenizas hayan volado hasta no se sabe qué hueco del universo...
¡Que sí, que él vive y nos vive!, aunque no podamos hacer un reportaje en la tele, ni falta que hace. ¡Que hay mucho amor resucitado por la historia, aunque cante en pentagramas que no son oficiales, que hay muchas personas que buscan evidencias, pero llevan el misterio bien vivo adentro! ¡Que él anda por los caminos, a la espera de que le invitemos a compartir el pan!
Buenos días.