Panico bancario

El único banco que puede provocar un pánico bancario es el Banco Central. La historia lo prueba.

El sucre tuvo una vejez desastrosa. A lo largo de los años setenta se vivió el espejismo de una bonanza permanente. Cuando en 1977 flaquearon los precios del petróleo, se inició el endeudamiento agresivo y se contaminó al sector privado, que a la postre gozaba de los privilegios del tipo de cambio fijo y de un crecimiento promedio del 7 %. El castillo de naipes se derrumbó el 13 de mayo de 1982, luego de que las tasas de interés que dominaban la deuda externa subieran a dobles dígitos, y México declarara la moratoria de pagos. El fisco se halló con una presión de gasto que no podía sostener y el sucre fue devaluado por primera vez en 12 años.

La burbuja crediticia, que es la manifestación próxima de los desequilibrios, se originó en el gobierno, con recursos externos; los pasivos internacionales del país crecieron en 18 veces en el corto espacio de cuatro años. Al igual que sus antecesores en los sesenta, y los que vinieron luego, hasta la adopción de la dolarización, el gobierno de turno acudió a la “maquinita de hacer billetes” del Banco Central. Dieciocho años después, el sucre murió como consecuencia del abuso de sucesivos gobiernos; por la laxitud de la supervisión bancaria; el uso y abuso del ancla cambiaria (que requería altas tasas de interés); las presiones fiscales que se originaron en el conflicto del Cenepa; la caída del precio del petróleo a los niveles más bajos de su historia contemporánea, y como resultado de ¡la inefable burbuja crediticia!

Se configuró así el mayor trauma económico de toda la historia. Se perdieron 70 % de los activos de los bancos; se dio el feriado bancario, y su secuela fue la pérdida de dineros de los depositantes por valor de $2.000 millones y algo más. El Banco Central fue el sicario que, bajo la consigna de “limpiar” el sistema financiero, procedió a eliminar semanalmente a los bancos en un proceso que, por atrabiliario, terminó causando más daño que beneficio. El resultado, por más conocido (pero no tanto por los jóvenes de la generación del milenio) fue la expulsión del país de más de medio millón de ecuatorianos; la caída de un gobierno que había sido presa tanto de las malas decisiones como de las indecisiones; la mayor inflación jamás experimentada; la muerte del sucre; y el inicio de la dolarización.

En ambos episodios, la contaminación se originó desde el sector gubernamental, y la historia pretende repetirse hoy. El Banco Central le ha entregado casi $9.000 millones al fisco, dinero que es de terceros, incluyendo los de los depositantes de la banca. Es una conducta inicua que debe ser subsanada lo más pronto posible.

La estabilización fiscal no se logra con más impuestos o con más deuda; ciertamente no con emisiones de dinero sin respaldo, o pretendiendo embutirle a la gente una moneda inexistente como medio de pago. La defensa de la economía, curiosamente, radica entonces en la actual fortaleza del sistema financiero, sistema que aprendió sus lecciones del pasado, a diferencia de quienes insisten en el uso de las mismas herramientas y, cuando se produce el mal, le echan la culpa al vecino.