habíamos dicho en nuestra entrega anterior, que la pura condición del educador parvulario no basta para tener una educación de calidad en el preescolar, los educadores sólo somos uno de los múltiples factores que hacen educación y en el jardín son algunas las condiciones que deben garantizarse.

Es importante que busquemos por ejemplo: un jardín creado para ser tal, eso habla de la vocación, de la propuesta y del respeto que se tiene por ella. El industrial construye su industria por pequeña que fuera, el tendero selecciona el local que más conviene a él y a su público. El educador no puede refugiarse en el traspatio de una villa, en un departamento habitacional o en una casa particular, pues el entorno es fundamental en el mensaje que vamos a mandar a la inteligencia del niño.

Es verdad que podemos tener combinaciones de aulas íntimas, acogedoras, pero conectadas con áreas en que el pequeño aprenda a dominar el entorno porque lo camina, porque lo escala y por los mensajes que de este recibe al pisar texturas diferentes: el piso blando de un césped, el piso liso y duro de un embaldosado, el piso grumoso de un pasillo exterior; en fin, todo un universo que manda señales y estimula el mundo de las sensaciones del pequeño, pero jamás debemos aceptar, que una habitación de casa de vivienda se convierta en un aula.

La naturaleza, sobre todo en climas como el nuestro absolutamente tropical, tiene que estar presente en el jardín de infantes: árboles, arbustos, flores, deben irse combinando para hacer presencia delante del niño, no se puede educar en el siglo XXI sin el contacto al menos visual con el ecosistema, áreas específicas donde ir y de dónde volver, para realizar actividades especiales y materiales didácticos que inspiren la creatividad.

Las capacidades intelectivas y las emociones resultan fundamentales.

El jardín, tiene todo él que hablar de señales dirigidas a la inteligencia, a las emociones, a la formación, al desarrollo espiritual de un pequeño que por primera vez se aproxima al hecho educativo.