Opera moderna
No me gusta la ópera moderna; indagando motivos encontré interesantes respuestas.
En la Edad Media los músicos componían música para la Iglesia. Más adelante para la nobleza, y apareció la música laica y la ópera. Pero resulta que la ópera despierta tanto interés que el público llano la adora y se populariza. Los músicos entonces escriben ópera para un público que llena los teatros. Común en todo esto es que los músicos escriban su música para quien pagaba por ella: la Iglesia, los nobles y finalmente el público.
Hoy los costos de producir una ópera son tan elevados que los teatros se financian cada vez más con aportes del Estado, de fundaciones o de mecenas. La taquilla financia una mínima parte y por ello el púbico ya no cuenta. El compositor no escribe para el público, escribe para el gusto de las instituciones que financian el espectáculo.
Estas instituciones financistas y los mismos compositores actuales se han vuelto tan sofisticados que aquello que la gente sencilla disfruta no les parece que está a la altura de la genialidad y modernidad que ellos persiguen y escriben extravagancias que venden como “grandes novedades”, llenas de inventos, innovaciones e investigaciones de todo tipo. En la actualidad, por primera vez en la historia de la ópera, esta ya no se hace para el público y de allí su decadencia.
Y no es que al público no le agraden las novedades, pero como las que les ofrecen rompen estructuras auditivas e implican sonidos desagradables, una gran parte del público se margina y no asiste a los teatros porque no les agrada lo que ven y oyen. Otra parte, para no quedar como “ignorante” o “retrógrado”, aplaude sin saber realmente por qué lo hace.
¿Qué ópera moderna ha merecido tantas reposiciones como Carmen, La traviata o La bohème?
La parte del público marginado felizmente ha comenzado a buscar novedades en el pasado y por ello se han recuperado muchas óperas olvidadas, y ha aparecido tanta ópera barroca. Cecilia Bartoli graba un “best seller” con su DVD Sacrificium, con arias de los ‘castrati’, que nos permite deleitarnos con su extraordinario “fiato”.