Octubre negro

¿Tienen algo en común los acontecimientos sucedidos en este mes en Ecuador, Chile y finalmente Bolivia? Pareciera, desde una visión general, que el rasgo común sería el de la desestabilización del Estado. Por diversos motivos, es cierto, pero hay que precisarlo porque no se trata de la repetición del mismo guion en tres países diferentes.

En el caso ecuatoriano es claro: un sector, algunos sectores a lo más, pero no todo el conjunto de los ecuatorianos, pretendieron imponer sus intereses al conjunto de la sociedad y para ello conminaron al Estado. Algunos de sus dirigentes abiertamente hablaron de derrocamiento del Gobierno o de la salida de ministros. El asalto e incendio de la Contraloría General del Estado, las múltiples agresiones a periodistas y el ataque a Diario El Comercio y al canal Teleamazonas, la destrucción de pozos petroleros y los daños a plantas de agua potable, estarían justificados por la injusticia o desigualdad imperante en el país. Es, como solían indicar los manuales de izquierda, la violencia legítima contra la ilegítima del orden establecido.

En el caso de Chile, señalan analistas como Carlos Peña, rector de la Universidad Diego Portales, columnista de diario El Mercurio y Andrés Oppenheimer en su columna internacional, la protesta tiene que ver con demandas que no satisface el actual modelo económico social pero que no lo cuestionan en cuanto tal, excepto las voces del Frente Amplio o los intelectuales de izquierda, sino que reclaman que sus beneficios se extiendan y sean gozados por más personas.

El “cacerolazo”, la manifestación festiva de los jóvenes como en la Plaza Ñuñoa no se dieron en Ecuador, donde al contrario, hubo miedo y solo expectación de los que estaban sufriendo las consecuencias de los once días del paro.

En ambos países vandalismo y saqueos, hechos que nadie asume y que se supone deben ser aceptados.

En Bolivia, la pretensión es apoderarse del Estado en nombre de una tendencia o de un grupo de ciudadanos. El “triunfo” de Evo Morales no es sino la justificación de la ilegitimidad.

’Es, como solían indicar los manuales de izquierda, la violencia legítima contra la ilegítima del orden establecido’.