Nuevo desorden mundial de Trump

Veintisiete años después de que la caída del Muro de Berlín marcó el colapso del comunismo en Europa, la elección de Donald Trump como presidente de EE.UU. pone en peligro el orden liberal internacional creado por predecesores más sensatos y de mentalidad más abierta que él. Su agenda “antiglobalista”, con “América primero”, amenaza con guerras comerciales proteccionistas, un “choque de civilizaciones” mundial, el fin de la paz en Europa y Asia del Este, y más violencia en Oriente Próximo. Sus opiniones nativistas y autoritarias socavan los valores comunes, la fe en la democracia liberal y el supuesto de la hegemonía estadounidense benigna, de la que depende el sistema internacional de normas. Ya en declive relativo, EE. UU. parece destinado a un airado repliegue del mundo. Los optimistas albergan la esperanza de que Trump no haya ido en serio con sus promesas de campaña, se rodee de asesores internacionales experimentados, y que sus instintos más salvajes queden atemperados por los contrapesos del sistema político estadounidense. Pero dado que los republicanos conservan el control del Senado y la Cámara de Representantes, Trump tendrá más libertad de acción que la mayoría de los presidentes en cuanto a políticas de comercio y asuntos exteriores, y los daños pueden ser inmensos y duraderos. Su victoria acaba con las vagas esperanzas de llevar a término el Acuerdo Transpacífico (TPP), pendiente de ratificación con 11 países del Pacífico, y la Asociación Transatlántica para el Comercio y la Inversión (TTIP) con la UE, que se encontraba estancada. Trump también prometió renegociar el acuerdo Nafta con Canadá y México, quiere elevar los aranceles aduaneros sobre las importaciones chinas e incluso abandonar la OMC. Esto amenazaría con una recesión global y tentaría a las regiones a dividirse en bloques comerciales rivales. En Asia, el colapso del TPP, del que la administración Obama excluyera a China imprudentemente, allana el camino para que los chinos creen su propio bloque comercial. Esta victoria amenaza además la seguridad del Este Asiático y su economía. Al abandonar el libre comercio y generar dudas sobre las garantías de seguridad de EE. UU. a sus aliados, podría impulsar a Japón, Corea del Sur y otros países a intentar adquirir armas nucleares para protegerse de una China en ascenso o a concluir que acercarse a los chinos conviene más que depender de un EE. UU. cada vez más aislacionista. También se afecta la seguridad de Europa por su admiración por Putin, que lamenta la disgregación de la URSS, desea volver a generar una esfera de influencia rusa en su región y ya ha invadido Georgia y Ucrania. Su insinuación de que su compromiso con la defensa de sus aliados de la OTAN no es incondicional es una invitación al expansionismo ruso. El abierto racismo de Trump, su hostilidad hacia los inmigrantes hispánicos y su retórica islamofóbica amenaza con que se produzca un choque de culturas (y violencia). Tachar a los musulmanes de enemigos (y negarles el acceso a EE. UU.) sería un potente factor de reclutamiento para Estado Islámico y Al-Qaeda, como lo es sugerir que EE. UU. debería apoderarse de los campos petroleros de Irak. Los insurgentes antisistema tienen ahora el viento a su favor y se culpa equivocadamente a los inmigrantes por los problemas. La victoria de Trump es un desastre que puede empeorar mucho más. Es imperativo defender las sociedades abiertas y liberales, y ofrecer cambios positivos para recuperar a los votantes nerviosos y angustiados.