Ensacados. Brincar con las piernas dentro de un saco no fue fácil para muchos jóvenes.

Los ninos descubren el trompo

Ellos no están muy familiarizados con este juego popular que poco a poco se ha ido quedando en el olvido, con la práctica de nuevas formas de recreación, entre ellas los juegos electrónicos.

La curiosidad y emoción inundó a Fernando Pardo, de 16 años, y a Érick Bernita, de 13, ambos del colegio Jaime Roldós Aguilera, al ver cómo otros chicos de su edad envolvían el trompo con la piola, lo arrojaban al piso para hacerlo bailar y luego lo pasaban ágilmente a sus manos.

Ellos no están muy familiarizados con este juego popular que poco a poco se ha ido quedando en el olvido, con la práctica de nuevas formas de recreación, entre ellas los juegos electrónicos.

En el estadio y pista atlética del colegio Vicente Rocafuerte ayer se concentraron más de 500 estudiantes de 20 instituciones educativas fiscales. Lo hicieron para disfrutar de una jornada de esparcimiento en homenaje a los 482 años de la fundación de Guayaquil y para desempolvar aquellos juegos tradicionales, con los cuales crecieron algunos de sus padres y maestros.

“Nunca había visto este juego, pero me pareció increíble”, dijo Mireya Cruz, de 11 años; mientras Jair Salazar, de la escuela Alicia Riofrío, le colocaba en sus manos el artefacto de madera que giraba lentamente.

Quienes sí mostraron sus dotes de jugadores fueron Alan Jalca y Alicia Riofrío, de la escuela Destacamento Paquisha, al arrojar el trompo y cogerlo en el aire. Ambos dijeron haber aprendido este truco de su padre. “Mi papá primero se lo enseñó a mi hermano mayor y luego a mí”, contó con alegría Alan, de 12 años, quien fue uno de los más destacados en la jornada recreativa, organizada por la Subsecretaría de Educación de la Zona 8 (Guayaquil, Durán y Samborondón).

El vuelo de atractivas cometas pintó de colores el cielo. Decenas de niños y jóvenes hicieron elevar los barriletes que ellos habían confeccionado con la ayuda de sus padres.

Otros alumnos demostraron sus destrezas al correr con un huevo sobre una cuchara que sujetaban con los dientes, saltar con sus piernas dentro de un saco, jugar a la rayuela o saltar la cuerda.

El punto culminante fue el palo ensebado, donde se puso a prueba el trabajo en equipo. Michael Balas, de 10 años, de la escuela Néstor Pérez, trepó con la ayuda de brazos y piernas el palo vertical de tres metros de altura embadurnado con una sustancia resbaladiza. Al llegar a la cima recogió los premios colgados y los tiró a quienes desde abajo le hacían barra.