El necesario acuerdo con Trump
Si la victoria de Donald Trump en Estados Unidos sacudió al mundo, hoy el planeta entero especula sobre cuál será su política y, dependiendo de las visitas del día a la Torre Trump, los ánimos oscilan entre la preocupación y el pánico. Pero recrearse en el fatalismo no es el camino. Es hora de reflexionar sobre cómo sacar el mejor partido de la situación. Ciertamente, no es fácil. El sistema de seguridad y el modelo de cooperación global surgidos tras la II Guerra Mundial se basan en el doble compromiso de EE.UU. con sus aliados y con las instituciones internacionales. Esto es tan cierto hoy -pese a la relativa pérdida de supremacía global de EE.UU.- como lo era hace 50 años. Trump anuncia que ahora el compromiso de EE.UU. con sus aliados está sujeto a restricciones. En el caso de la OTAN, requiere que “paguen sus facturas”. También se ha declarado contrario a la articulación normativa de la cooperación internacional en distintas áreas, como en materia comercial -ha renegado del Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP)- o en la lucha contra el cambio climático -ha amenazado con retirar a EE.UU. del histórico acuerdo alcanzado el año pasado en París-. En definitiva, es de esperar que el compromiso global de EE.UU. se vea afectado sustancialmente y plantee con ello un serio desafío al orden internacional liberal. Se trata de un giro copernicano con respecto al segundo mandato del presidente Obama. La era Trump apunta al unilateralismo o, peor, al desinterés por lo multilateral. Es una mala noticia para el mundo, porque más allá de ser la potencia indispensable, EE.UU. es la potencia vertebradora, el punto de convergencia de los vínculos que entretelan el mundo, desde el dólar hasta la seguridad, pasando por el derecho, la investigación y la innovación. Por ello, si bien el unilateralismo -la primacía de los intereses propios y cortoplacistas- sería muy dañino para el orden internacional institucional, sus consecuencias resultarán nimias en comparación con lo que podría suponer el desistimiento americano, porque, en teoría, otra potencia podría alzarse en sustituto de EE.UU., aunque este planteamiento no es realista. Si EE.UU. toma un rumbo aislacionista, las hegemonías regionales podrían convertirse en la nueva realidad del poder, ya que tras la apariencia de estabilidad que ofrecen las esferas de influencia se esconden los grandes conflictos del poder. China, Rusia, EE.UU. y Alemania encabezarían sus respectivas esferas de influencia, resucitando los fantasmas de los conflictos fronterizos. Mientras, en África y América Latina, donde no existe una supremacía clara, los rivales competirían respaldados por hegemonías exteriores, como ya ocurrió durante la Guerra Fría. No podemos esperar de brazos cruzados, hay mucho en juego. Ahora que la administración de Trump está todavía en gestación, debemos redoblar esfuerzos para reforzar las conexiones capaces de mantener el compromiso y la proactividad de EE.UU. En el corto plazo, será necesario un enfoque más transaccional que fundado en principios, ya que Trump es un negociador nato. Mal que nos pese, Trump resultará fundamental para el mundo. Debemos asegurarnos de que todo esté preparado cuando se alce el telón.
Project Syndicate