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Darién. Un grupo de migrantes venezolanos sube una montaña con la intención de llegar a Panamá.Mauricio Dueñas Castañeda / EFE

El sueño americano se termina en una selva llamada Tapón del Darién

El viaje de los migrantes por el inhóspito paso montañosa que separa a Colombia de Panamá

Cuando José Juan le dijo a Steven que quería ir a EE. UU. por el Darién, su hijo de 7 años le dijo que eso era peligroso, que era mejor hacerlo en avión, pero aún así ahora lidera enérgico el grupo de migrantes que comienza su travesía por esta inhóspita selva que separa a Colombia de Panamá. Es como un juego para él, camina dando patadas a las botellas vacías que van tirando por el camino sus compañeros y trepa por las lomas resbaladizas y empinadas como si lo hiciera todos los días, pero a pesar de que ha crecido en el campo, en el departamento colombiano de Santander, es la primera vez que vive algo así.

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José Juan Luna, que lleva cuidando a Steven desde que su madre les dejó solos hace 6 años, le explicó a su hijo que quería buscarle un futuro mejor; “Yo a usted no le dejo solo, papi, yo me vengo con usted”, le respondió Steven.

Como ellos, más de 150.000 personas -el 60 % de ellos venezolanos, empujados por una economía que no revive y porque dicen que en EE.UU. les están “dejando entrar”- han decidido cruzar en lo que va de año por uno de los pasos migratorios más peligrosos del mundo, una travesía que puede durar la semana por una selva montañosa donde no hay ley. Aunque no es un fenómeno nuevo, sí se ha disparado en los dos últimos años. En las últimas semanas, más de 3.000 personas se adentran diariamente en el Tapón del Darién.

La entrada al Darién tiene un cartel de “Bienvenido al Cielo” a un lado y, al otro, un ángel en una roca que vigila a los grupos de migrantes que van pasando constantes durante el día. Caminan cargados con pesadas mochilas forradas en bolsas de plástico, botellones de agua, carpas y equipaje que en muchas ocasiones van dejando botado por el camino para aligerar la marcha.

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Ruta salvaje. Por esta selva no solo pasan migrantes, históricamente ha sido guarida de la guerrilla, paramilitares, narcotraficantes y contrabandistas.Mauricio Dueñas Castañeda / EFE

El peor día es el cuarto. Una vez que se pasa a Panamá en una frontera sin autoridades ni aduanas, llega ‘Banderas’, una loma con una subida de más de 4 horas. “En la cima fue donde vimos el primer cuerpo muerto”, cuenta un joven futbolista profesional que también atraviesa esa selva. A partir de ahí llega la bajada, peligrosa también por el lodo resbaladizo, pero más rápida, y coger el río hasta donde las autoridades panameñas y la ONU tienen los puestos de recepción de migrantes, pero aún quedan dos o tres días más y el peligro de que crezca el río. De hecho a su grupo, después de caminar tres horas desde la cima de la loma le empezó a llover. El río creció y el grupo quedó separado; tuvieron que lanzar una cuerda para poder rescatar a los del otro lado.

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Ahora, al menos por el lado colombiano “no les roban ni los violan” por orden directa del Clan del Golfo, los paramilitares que mandan en esta región. Ellos, según Darwin García, de la Asociación de Trabajadores de Capurganá (Asotracap), no quieren saber nada de los migrantes, pero han dictado una ley para mandar a asesinar a quien robe, viole o mate a un migrante.

Pero en la ruta sí hay denuncias de violaciones, aunque todo el mundo concuerda que es del lado panameño. Las autoridades de Panamá registran 120 casos de violencia sexual, aunque organizaciones humanitarias aseguran que puede haber un subregistro.

Desde la comunidad quieren que el Gobierno entre en acción, aunque eso les suponga “perder negocio”. Pero la realidad es que, a pesar de que cada día llegan más migrantes dispuestos a atravesar la selva, aún no hay medidas para hacer más humana una travesía feroz.