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Producción. El empresario Marco Noda muestra frutos de açaí, en la región de Igarapé-Miri (Brasil).Antonio Lacerda

La ‘capital mundial del açaí’, objetivo de las mafias

300 millones de dólares es lo que generó la producción en el sector de la atesorada baya solo en el 2023.

El açaí es el alimento de moda y su capital mundial es Igarapé-Miri, una ciudad precaria de la Amazonía brasileña que hasta hace bien poco vivía amedrentada por el crimen organizado, atraído por el millonario negocio que gira en torno a este fruto afrodisíaco. A unos 150 kilómetros de Belém, donde esta semana se celebrará la Cumbre de la Amazonía, esta localidad del estado de Pará es el fiel retrato de los núcleos urbanos de la selva amazónica: una tierra fértil, una población vulnerable y desigual y unas infraestructuras más que deficientes.

“Bienvenidos a Igarapé-Miri, la capital mundial del açaí”, reza un cartel a la entrada del municipio, cuyos orígenes se remontan al siglo XVIII y que toma su nombre del río homónimo que lo baña, que en lengua tupí significa ‘pequeño camino de canoas’.

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Hoy es el mayor productor mundial de esta baya esencial para los habitantes de Pará -la consumen en el desayuno, el almuerzo y la cena- y que el resto del mundo descubrió hace dos décadas por sus propiedades casi sobrenaturales. Aquí hay 4.000 pequeños y medianos productores, que, según los últimos datos oficiales, cosechan 400.000 toneladas de açaí al año. También se han instalado 11 plantas procesadoras que han hecho posible que empiecen a vender helados de açaí a Arabia Saudí.

Marco Noda, de 42 años, es uno de esos miles de agricultores. Los vecinos le conocen como El Japonés. Su padre, hijo de migrantes nipones, fue uno de los pioneros en ver en el açaí una oportunidad. “En esa época (los 90) no había plantíos, era recogido en la selva”, pero él “decidió apostar por el açaí y empezó con 18 hectáreas”.

En Igarapé-Miri circula una gran cantidad de dinero, pero la realidad social es otra. La mitad de sus 63.000 habitantes es pobre. La ciudad tiene un aspecto de abandono de no ser por los comercios de açaí, identificados con una señal roja. En cada esquina hay uno. La inseguridad también ha sido un grave problema y acusan al propio alcalde, Roberto Pina, de ejercer el poder como un cacique. Los altos índices de pobreza unidos a la pujante industria del açaí hicieron que el crimen organizado pusiera sus ojos en Igarapé-Miri en el marco de su expansión por la Amazonía, ruta estratégica para el tráfico de drogas.

Antônio Francisco Pinheiro, de 70 años, comparte en consorcio 100 hectáreas de palmeras de açaí que mezcla con cultivos de cacao, naranja y cupuazú. Un día recibió un mensaje pidiéndole una alta suma de dinero bajo amenaza de secuestro. El prefijo del teléfono era de Río de Janeiro y el remitente era CV, las siglas de Comando Vermelho, una de las facciones más poderosas de Brasil, nacida en Río y que domina el tráfico de estupefacientes en Pará.