Y ahora, todo el mundo opina

Políticos, apolíticos o incluso antipolíticos están dedicados al análisis político. Un joven se quejaba de los eruditos de Wikipedia, que ahora afloran como hongos. Lo cierto es que el análisis político ha perdido toda respetabilidad. Cualquier hijo de vecina emite comentarios contundentes. No opinan. Pontifican.

Por mi parte, pese a la degradación evidente de lo que tiene pretenciones de ciencia, esos escrutinios generan una nueva valorización del hecho político, por mucho tiempo devaluado en beneficio del comentario deportivo.

Ojalá, bueno fuese, esté llegando un nuevo tiempo para la política y los ciudadanos vuelvan a interesarse en ella. El milagro se lo debemos a Donald Trump. Por supuesto, durante el periodo de transición y hasta que la capacidad de los “analistas” cobre fuerza y, por su propia cuenta tomen conciencia de que la cosa no es tan sencilla, algunas disquisiciones serán fronterizas con lo ridículo pero, con la práctica, se volverán provechosas.

Lo cierto es que hoy por hoy, el mundo entero está opinando sobre las razones y las consecuencias de la victoria del magnate norteamericano. Opinan los profesionales de la comunicación, los políticos en activo y los retirados, las amas de casa y hasta los denominados talentos de pantalla. Y lo de mundo entero no es una metáfora ni una exageración. Es la realidad comprobable sintonizando cualquier canal de cualquier país. Más temprano que tarde aparecerán en su receptor ciudadanos como los arriba referidos, que maldecirán, aplaudirán, justificarán o recomendarán calma.

En lo que a mí respecta, respaldado en aquello de que quien llamaba corrupta a la Sra. Clinton y amenazaba con meterla presa, y a poco la califica de ciudadana a la que su país le debe gratitud por su larga dedicación al servicio público, si bien se manifiesta impredecible, deja ver que puede cambiar positivamente.

Y es que, a partir de su condición de presidente electo, todo lo que diga constituye “actos de habla” y aunque tenga vocación por escandalizar, debe moderar su lengua. En el discurso de la victoria evidenció que sabe hacerlo y ello permite el optimismo.

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