A Monte Sinai en bicicleta
Una alemana de 19 años se traslada a diario desde la Florida Norte. Asegura no tener miedo ni al tráfico ni a la delincuencia.
Cada día vive una experiencia nueva. Recorrer en bicicleta, de ida y vuelta, por la periferia de Guayaquil puede sonar un poco descabellado, más aún para un extranjero. Pero Carina Bécker, una joven alemana que reside desde hace tres meses en Ecuador, ha decidido ser la excepción a la regla.
Su rutina es parecida a un ritual religioso. Estricta y precisa. Se levanta a las 06:30, desayuna, se pone la camiseta verde de su organización, zapatos deportivos, un pantalón cómodo y sale en bicicleta por la avenida Eduardo Solá Franco, en la Florida Norte. Toma la Perimetral, vira hacia la Casuarina y desafiando el tráfico, los conductores imprudentes y el exceso de comercio informal llega en 30 minutos a las instalaciones de Hogar de Cristo, en la cooperativa Sergio Toral, en Monte Sinaí, al noroeste de la ciudad.
Carina no pasa desapercibida entre la multitud de personas que a diario circulan por las mismas avenidas. Es rubia, delgada, de ojos claros y siempre lleva una sonrisa en su rostro. Pero a ella parece no preocuparle lo que digan.
“Mucha gente que me ha visto me ha pedido de favor que no haga eso. Incluso, al principio del taller nos pusieron una lista con cosas para hacer y la última es convencerme de que deje de venir en bicicleta. Ya hemos hecho todas, menos esa”, dice sonriendo.
Carina nació en Mainz, una ciudad ubicada en el suroeste de Alemania y donde movilizarse en bici es una de las primeras opciones. Ella, por ejemplo, lo hace desde los tres años. Llegó a la ciudad como parte de un programa de voluntariado en el que jóvenes entre los 18 y 27 años realizan labor social en países latinoamericanos.
Recuerda con mucha gracia que antes de viajar le consultó a una empleada de la embajada de Ecuador en Alemania si en Guayaquil había bicicletas. “Me dijo que no había ni bicicletas, ni ciclovías ni nada que se le parezca. Que me iban a robar y que era muy peligroso. Yo me puse un poco triste por eso, pero al llegar me di cuenta de que era parte del discurso para impedir que lo hiciera”.
Durante su recorrido ella tiene que subir lomas, pasar por mercados y esquivar a grandes buses y tráileres que invaden los carriles y circulan a gran velocidad. Las personas se le atraviesan en el camino y la quedan mirando. Unos le gritan piropos y otros solo la quedan observando con preocupación. A veces ha tenido que frenar a raya para evitar ser atropellada, o andar más rápido cuando piensa que alguien la persigue.
“Yo jamás permitiría que alguno de mis hijos hiciera eso. El sector es complicado y puede pasarle algo por impedir que le roben la bicicleta”, dice Marcela Jiménez, quien toma un bus en la Perimetral.
A pesar de todas las recomendaciones de seguridad que ha recibido, Carina dice no tenerle miedo a la delincuencia ni mucho menos al tráfico. “Yo estoy muy feliz de salir en bicicleta. Lo primero que hice cuando llegué fue decirle a mi familia que me preste una. Y aunque decidí asumir el riesgo, siempre soy precavida”.
Su nueva vida en Ecuador
Hay muchas cosas de este país que a Carina le parecen increíbles. Entre ellas la comida y el hecho de que la costa y la sierra estén divididas por pocas horas. “Para mí fue como un sueño. Estábamos en Guayaquil y en cuatro horas ya estaba la sierra, con frío. La cultura era diferente, otra ropa, otro paisaje. Estaba confundida, eso no era posible”.
Ahora vive con una familia conformada de cinco personas. Aquí se quedará hasta agosto de 2018, pero piensa regresar con su familia.