El Mono Goloso

Cuando pienso en tomar café en Guayaquil, mi mente se traslada hacia el lugar que me ha recibido en las buenas, malas y terribles: el Mono Goloso, panadería y pastelería artesanal ubicada en las calles Luzarra 202 y Panamá cerca del Hotel Ramada, en el centro de Guayaquil.

Lo conocí cuando trabajaba en el Centro, época que me permitió saborear un poquito esas calles bulliciosas e intensas. Diría que el nombre lo dice todo, pero mentiría, porque además de goloso, este Mono es acogedor, bonachón, y después de una dosis de cafeína, hasta coqueto.

El sitio está rodeada de texturas y mesas de maderas. Las paredes revelan ladrillos, hay bombillos de luz que cuelgan del techo, encerrando al sitio en un ambiente romántico. Hay dibujos, cuadros y peluches de monos alrededor. Se observa la cocina de la planta alta tras un vidrio. Hay pizarras con el menú escrito con tiza que se ponen bien picaronas y dicen “magdalenas, chocolatinas, pan del día, sánduche de jamón serrano, pizza vegetariana, croissants” y suele cerrar con un irresistible “café todo el día”. ¿Mencioné que es de especialidad francesa? Pues, esta se siente en toda su vibra y oferta.

La vitrina está llena de clásicos franceses. Todos petite, con nombres que no siempre se pueden pronunciar pero, ¡qué importa!, porque existe el arte de señalar. La vista resulta encantadora. Está el éclair relleno de café siempre me guiña el ojo, pero se pelea por mi atención con la tartaleta de fresas y el mousse de chocolate blanco. Pero yo, después de aceptar algunas miradas coquetas, regreso a mi pedido de siempre: un mini bizcochito de limón y un macchiato (shot de espresso con un poquito de espuma de leche).

El macchiato del Mono tiene un amargor sutil y suave gracias a la espuma de leche. No es ácido, deja un gustito rico y se complementa con el toquecito de limón que lleva el bizcochito. Es perfecto para los que no endulzan el café, pues el paladar se divierte con la combinación de sabores y el corazón sonríe.

Cuando voy, me siento en la mesa que me gusta: junto a la pared, con almohadones. Hay un ventilador cerca y se pueden estirar los pies. Me recuesto y créanme... estoy en mi casa. Ignoro sonidos de la calle, olvido si desperté brava y lo que iba a pasar más tarde. Mi vista sigue siendo la misma: la madera, las mesas, los monos. Entonces comparto una foto. Estoy en mi lugar.

Desde la vitrina, me sigue viendo el croissant, el lover y estrella del sitio. He sido testigo de miradas encantadas después del primer crujido al partirlo, que se deleitan con ese olorcito a mantequilla y almendra. Si realmente están golosos, váyanse por el de chocolate. Pero por favor, no olviden el café. Atrévanse a pedir un espresso que también es un show, y si esa no es su línea, hay un frappé delicioso.

La experiencia no debe acabar allí. Les sugiero llevar un baguette o el masa madre de aceitunas negras. Estos complementan una cena, protagonizan el desayuno o acolitan nuestros antojos mientras regresamos a casa.

Vayan con alguien que quieren mucho. Armen el almuerzo y luego de este, le dicen “vamos al Mono”, sinónimo de “no te vayas, quédate, tómate un café conmigo, sigamos conversando”. Y si no quieren, vayan solos. Se merecen esa escapadita.

Visiten el Mono Goloso. Un espacio casi escondido, que sirve el mejor macchiato de Guayaquil (ya está, lo dije).

Si pueden, me invitan.

Sino, me cuentan. También acepto fotos.

Hasta el siguiente espresso,

María Silvia

http://elblogdemariasilvia.wordpress.com/