Primera fila. Garik Israelian, director de Starmus (c), y el compositor Brian Eno (d).

Mil anos de vida para el planeta Tierra

El festival Starmus, una extraña mezcla de música y astronomía, ha acogido en la ciudad española de Tenerife a doce premios nobel y siete astronautas de distintas generaciones.

Cuando era un veinteañero, Stephen Hawking tuvo la primera sensación de que estaba enfermo, sin saber de qué. Los médicos no supieron hacer mucho más. “Nunca me dijeron qué tenía, aunque yo intuía que era bastante grave. Me dijeron que no había nada qué hacer”, ha explicado este físico teórico el miércoles en Tenerife, ante una sala abarrotada a la que ha llegado escoltado por sus asistentes médicos y dos policías, entre una cerrada ovación.

El punto de inflexión en su vida fueron aquellos días en los que los médicos no sabían qué hacer o incluso le recomendaban que dejase la cerveza para no sufrir caídas, cada vez más frecuentes por su dolencia neurodegenerativa. “No sabía si viviría lo suficiente siquiera para terminar mi tesis”, confesó con su característica voz robótica. “Al principio caí en una profunda depresión”, pero luego se dio prisa para acabar el trabajo y “cada día se convirtió en un regalo; mientras hay tiempo hay esperanza”, recalcó.

El científico ha hecho un juego de palabras con su libro más famoso para narrar ‘Una breve historia de mi vida’, su primera charla en el festival Starmus, que se celebró en Tenerife.

Este año la cita ha congregado en la isla de Tenerife a 12 premios nobel y a siete astronautas de varias generaciones. Y a unos 800 asistentes de 12 países con su extraña mezcla de música, astronomía y charlas de algunas de las mentes más brillantes del planeta, que en esta ocasión se han reunido para honrar a Hawking.

Los agujeros negros no son tan negros como pensábamos.

El físico británico ha explicado cómo su historia ha discurrido en paralelo al nacimiento y consagración de la cosmología como disciplina para entender las cuestiones más fundamentales del universo. Uno de sus mayores logros ha sido su propuesta de que el Universo no tiene ni un principio ni un final, lo que supone que la cuestión de la creación, la posible necesidad de que haya un Dios para ella, queda descartada. Ese concepto lo recogió en su libro más popular ‘Una Breve Historia del Tiempo’, uno de los mayores best sellers de ciencia. “Nunca esperé que tuviese tanto éxito ni tampoco que nadie lo comprendiese completamente, pero sí lograr que entendieran que vivimos en un universo gobernado por leyes racionales que podemos descubrir y comprender”, ha señalado ante una sala sumida en un devoto silencio.

-Hawking: “No creo que vivamos 1.000 años más sin que tengamos que dejar este planeta”. Así funciona la voz de Stephen Hawking

Otra de sus grandes contribuciones fue descubrir que “los agujeros negros no son tan negros como pensábamos”. Si todo lo que cae en uno de estos monstruos del cosmos se pierde, como pensaban muchos científicos, sería imposible conjugar la relatividad con la mecánica cuántica, las leyes “de lo infinitamente pequeño”, como las partículas en el entorno de un agujero negro. “Mi solución a este problema fue que la información no se pierde al caer en un agujero negro, pero que, al caer, no retorna en un formato utilizable”, dijo. “Es como si quemas una enciclopedia, la información no se pierde, pero es muy difícil de leer”, bromeó.

Una nueva teoría

A sus 74 años Hawking sigue investigando con sus colegas de la Universidad de Cambridge en “una nueva teoría para explicar la mecánica de cómo la información retorna de los agujeros negros”. Puede que pronto avance en la resolución de esos problemas desde su nuevo despacho en el Instituto de Astrofísica de Canarias, uno de los pocos centros de investigación del mundo cuya oferta de colaboración científica ha aceptado este físico. También ha resaltado como futuros proyectos científicos como Planck y LISA pueden avanzar mucho más en los próximos años, por ejemplo, confirmando la teoría de la inflación del universo que él defiende, al contrario que su veterano colega Roger Penrose, que estaba sentado en la fila de los invitados ilustres.