Microtráfico, con miel y vinagre

Microtrafico, con miel y vinagre

La bebe llegó más tarde de lo normal. La bebe es la hija de María: madre soltera, 38 años, corpulenta, vendedora de cosméticos. La bebe solo tiene nueve años y esta tarde, hace ya un mes, está por conocer la ‘h’.

Unos chicos, mayores que ella, pero menores de edad también, la llevarán a un par de cuadras de su escuela y la obligarán a comer polvo. La bebe dirá que es tierra, que se la han hecho tragar a fuerza de gritos y empujones en la boca. Creerá, inocente como es, que la tierra le ha provocado los escalofríos y el dolor de barriga y las náuseas.

Pero los doctores tienen otro diagnóstico para ella y María: son drogas. No cualquier droga: hache, el desperdicio de la heroína mezclado con cuanto polvo, tiza rayada, pesticida y sobrante químico encuentre el expendedor. La sensación del momento en el mundo del consumo. Ha sido la primera vez en que la bebe prueba drogas, a fuerza de las circunstancias, pero es tan cándida, tan chica, que casi sufre una sobredosis.

“Mi hija es una niña. ¿Usted entiende eso? No hay derecho a que le hagan eso a una bebe”, reclama María, en conversaciones con EXPRESO, tras declinar de ser citada con su apellido y ser fotografiada. Así como, días atrás, declinó de presentar la denuncia formal ante las autoridades o, por lo menos, señalar en la línea anónima de la Unidad Antinarcóticos a los fulanos que, sospecha, le hicieron esto a su hija. Más que sospechar, lo sabe. La bebe se lo ha hecho saber. Pero para qué. “¿Yo qué voy a hacer con una denuncia? Aquí no pasa nada, nunca” y señala con la boca echa pico a la ventana. Los traficantes viven a pocas casas y a pocas cuadras.

“Aquí en la Flor (de Bastión) todos nos conocemos. La policía también los conoce. Pero aquí no pasa nada”, se repite y menea la cabeza, como negándose que lo que cuenta, en realidad, ocurre. Y de forma frecuente.

Este Diario pudo conocer otras cuatro historias en Flor de Bastión, donde los niños (todos menores de 12 años) fueron obligados y amenazados para consumir droga por vía oral y, en uno de los casos, forzado a aspirarla. Este ‘modus operandi’, que claramente busca reclutar a la fuerza nuevos consumidores, significa una amenaza directa a la seguridad ciudadana y un desafío para las fuerzas del orden que, sin embargo, no han sido alertados. Ninguna de las víctimas ha denunciado los hechos.

Esto complica aún más el tema. La jefatura Antinarcóticos se muestra preocupada por la falta de denuncias. Son conscientes de los miedos que rondan los casos vinculados a la droga y, precisamente por ello, crearon las líneas anónimas, donde sus estadísticas les hacen presumir del 100 % de atención de casos. “Si existen familias que, por temor, no nos facilitan la información que conocen; entonces está fallando la ciudadanía y perjudicando a los demás”, reflexiona el jefe operativo de la unidad Guillermo Palacios, quien corrobora la inexistencia de alertas ciudadanas en estos casos.

Las bandas de microtraficantes, que dependen del incremento de la demanda para asegurar su crecimiento, han mostrado flexibilidad para adaptarse a las condiciones del mercado ilegal: son agresivos con los indefensos y astutos con los inmaduros.

La Asociación de Psicología Forense, consultada sobre el tema, ha reconocido la posibilidad de que estas bandas hayan definido estrategias por sector y perfil socioeconómico. Su presidenta Zoraya Bohórquez lee en el asunto una carga de ingenio y trata de rastrear las influencias. “Estas personas (los líderes) saben qué hacer, saben cómo tratar a los chicos. Probablemente, incluso, se han inspirado en modelos extranjeros”, asegura.

Venga de donde venga, lo cierto es que, el microtráfico ha empezado a jugar con miel y con vinagre. Lejos de la fuerza, las bandas llevan años mejorando y profundizando una tendencia dirigida a hombres jóvenes. Se apoyan en jovencitas sensuales, generalmente adictas, para que (a cambio de consumo gratuito) traigan nuevos clientes al grupo. Y así lo hacen.

Rey, quien roza apenas la mayoría de edad, vio en esa estrategia la puerta de entrada para la adicción que mató a su novia y lo dejó en coma en una clínica, antes de su rehabilitación. Las chicas con las que salía al inicio ponían como condición “una jalada” antes de la cama. Y él, caliente, mordía el anzuelo.

La tendencia, corroborada por la doctora Julieta Sagnay, una de las voces nacionales más autorizadas en psicoterapia para adictos, no es nueva. Pero va al alza.

“Es una tendencia clara y lo podemos encontrar en casi la mitad de los casos de menores. Las mujeres seducen a los chicos en los colegios, porque generalmente allí se observa”, explica Sagnay, quien encuentra una complicación adicional en estos casos: las bandas se están asegurando dos adictos, en lugar de uno.