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Mejor ano para los migrantes

Elecciones. Alejandro Domínguez ocupaba el cargo interino en el organismo por Napout. Ayer en los sufragios fue respaldado.

La crisis migratoria del Mediterráneo nos ha brindado dos lecciones críticas. Primero, Europa y la comunidad internacional tienen sistemas sumamente inadecuados para proteger a los migrantes vulnerables. Segundo, a falta de esos sistemas, los líderes populistas apelarán al miedo para ganar respaldo político, minando a las sociedades liberales y tolerantes a las que les llevó 70 años de trabajo arduo llegar a ser lo que son.

Es por eso que resulta esencial que este año se tomen medidas enérgicas a nivel europeo y global. En septiembre, el secretario general de las Naciones Unidas, Ban Ki-moon, convocará a una cumbre extraordinaria destinada a crear un sistema global justo para proteger a los refugiados y a los migrantes vulnerables. Es de esperar que los países vayan preparados para comprometerse de manera tangible y duradera.

Ese tipo de compromisos simplemente no existieron en 2015. De hecho, la comunidad internacional podría haber mitigado la crisis del año pasado si hubiera ofrecido un respaldo aunque más no fuera modesto a los tres principales países de acogida -Turquía, Líbano y Jordania- que, en conjunto, albergan a unos cuatro millones de refugiados sirios. Con apenas unos 10.000 millones de euros (10.800 millones de dólares), esos países podrían haberles ofrecido mejor vivienda, comida y educación a los refugiados, reduciendo así el incentivo para huir a Europa. Esa incompetencia podría terminar costándole solamente a Alemania más de 21.000 millones de euros anuales en los próximos años. Sin embargo, las implicancias financieras de la crisis empalidecen en comparación con los costos humanos y políticos.

Más de un millón de personas arriesgaron la vida cruzando el Mediterráneo el año pasado, y luego soportaron viajes extenuantes para cruzar los Balcanes. Casi 4.000 personas murieron en el intento y muchos países europeos les dieron la espalda a quienes sobrevivieron, negándoles un lugar seguro.

Los líderes políticos cínicos capitalizaron despiadadamente la ansiedad popular promoviendo una visión nacionalista detestable que ignora o distorsiona las experiencias de la vida real en relación con la inmigración. En EE.UU, por ejemplo, ni uno de los 780.000 refugiados que se instalaron en el país desde el 11 de septiembre de 2001 ha cometido un ataque terrorista. Mientras tanto, los inmigrantes suelen pagar más impuestos que los beneficios que reciben. No obstante, hay fuerzas extremistas que, peligrosamente, están muy cerca de asumir el poder político en estados europeos y están cobrando fuerza inclusive en bastiones anteriormente liberales. Partidos que se oponen a la inmigración ya están en el poder en Hungría y Polonia. Su éxito está obligando a los partidos tradicionales a adoptar, también, políticas anti-inmigración.

Todo esto ha socavado seriamente la cooperación europea. El programa de la UE para lidiar con los millones de refugiados que llegaron a sus costas apenas logró “reasentar” a 190 de ellos. En las fronteras de seis países dentro de la zona Schengen se han restablecido controles, al menos temporariamente. El resto del mundo tiene la impresión de que la UE es chauvinista e inepta. Por supuesto, no sólo le incumbe a Europa resolver la crisis. La responsabilidad no está definida por la proximidad. Pero la UE ahora podría enfrentar una amenaza existencial, que sólo puede superar con una fuerte muestra de solidaridad y liderazgo global.

Project Syndicate