Margarita Plaza: “Zuleta, celebración a la vida”

Margarita Plaza: “Zuleta, celebracion a la vida”

Esta hacienda de gran belleza e historia está emparentada con la familia Plaza Lasso, y ya son 7 generaciones que la han mantenido excepcionalmente.

“Para sostener la propiedad hay que tener en cuenta muchos factores, por ejemplo, si necesitamos cambiar las tejas, las compramos viejas porque no podemos poner nuevas ya que romperían el aspecto original de la estructura”.

José María Lasso y su esposa, Avelina Ascázubi, adquieren la hacienda a finales de los años 50. Su hija, Avelina Lasso, casada con el general Leonidas Plaza Gutiérrez —dos veces presidente de Ecuador 1901-1905 y 1912-1916— la hereda y traspasa a su hijo Galo Plaza Lasso, expresidente de Ecuador —1948-1952— la misma que en la actualidad ha sido dividida entre sus descendientes, 6 hijos, quienes han velado por el histórico legado y la conservación ambiental del lugar de una forma responsable y constante; de hecho, uno de sus nietos, Fernando Polanco, es quien administra el lugar.

La sexta y última hija de Galo Plaza, Margarita, regia, con intensos ojos azules y abrumadoramente cálida y simpática, está presente en Zuleta de forma activa, y nos recibe en la emblemática hacienda que, desde las primeras vistas, resulta un poema a la vida. Sus paisajes verdes y sinuosos se entrelazan con las exuberantes montañas de la Avenida de los Volcanes, y, a diferencia de muchas en su orden, continúa produciendo en diferentes áreas, lo que la hace aún más atractiva. Margarita cuenta que es un criadero de ovejas; además se siembra cebada, trigo, avena, pero es una hacienda lechera, que produce aproximadamente 7 mil litros de leche al día, lo que también favorece la producción de quesos, en una fábrica (parte del lugar), desde donde se distribuye el producto, que lleva el nombre de Zuleta, a nivel nacional. Adicionalmente, cuenta con una huerta orgánica, celosamente certificada, para deleite de quienes ahí se hospedan día a día.

Amantes de los caballos, los Plaza Lasso no pueden prescindir de una buena cuadrilla también para los invitados del lugar.

En la actualidad, sus 21 nietos y dos bisnietas gozan de cada rincón de la hacienda y es el punto de encuentro de toda la familia en momentos o fechas importantes: “La casa de Zuleta nos junta a todos. No es un hotel, es un sitio donde llega gente de todo el mundo y encuentra una historia especial que la distingue. Además, respetamos todo lo que nuestros padres dejaron y no lo hemos movido”.

Su historia

En sus orígenes, cuenta Margarita, la hacienda se llamaba Cochicaranqui, un importante asentamiento de los Caranquis —período tardío precolombino—. Todo apunta a que fue un lugar muy húmedo, por lo que construyeron en su momento, tolas (o montículos monumentales) y pirámides para habitar; de aquello aún perduran estos históricos vestigios preincásicos que son protegidos y respetados por sus propietarios.

Más tarde, en la época de la conquista, se convirtió en un obraje, propiedad de un clérigo español de apellido Zuleta, por lo que fue llamada Zuleta de Cochicaranqui. En esta época, los documentos señalan que la casa de la hacienda se construyó en 1692 y se enfocó en la producción textil, donde cientos de ovejas eran trasquiladas para, en grandes telares, producir paños que eran enviados a España y otros destinos de Suramérica. Luego, la hacienda pasó a ser de varios propietarios hasta que llega a la familia Lasso.

El hotel empezó a funcionar como tal en 1994, porque las casas que componen la hacienda son muy difíciles de mantener, porque siendo de hace varios siglos necesitan de un constante mantenimiento, dice Margarita: “Para sostener la propiedad hay que tener en cuenta muchos factores, por ejemplo, si necesitamos cambiar las tejas, las compramos viejas porque no podemos poner nuevas ya que romperían el aspecto original de la estructura”.

Hotel, fundación y más

Margarita Plaza cuenta que Zuleta abrió sus puertas inicialmente para aquellos que querían pasar el día y montar a caballo. Ella, su esposo Álvaro Ponce y su hija Isabel, ofrecían picnics con champaña a los visitantes a lo largo de la travesía; pero la demanda los impulsó a ampliar el proyecto convirtiéndolo en un hotel. Hoy cuenta con 21 habitaciones y los servicios que ofrece son catalogados como de turismo ecológico sustentable; es decir, toda la producción de la hacienda está dirigida bajo dichos protocolos. Fue elegida como uno de los Top Ten Finds del mundo por la revista Outside, y catalogada entre los mejores hoteles del Ecuador, por National Geografic Traveler.

“El negocio de la hacienda no es muy rentable, por eso hay un constante reinventarse para seguir manteniéndonos. Pero al mismo tiempo, damos empleo a unas 40 familias que trabajan directamente para el hotel, y eso es importante”, dice Margarita.

Galo Plaza Lasso pidió, hace más de 50 años, que Zuleta sea protegida como un bosque nativo. Han rescatado 4 cóndores en cautiverio y osos de anteojos, en un proyecto coordinado con el Estado denominado Cóndor Huasi, para cuidarlos y protegerlos. Pero, más allá de eso, llama la atención cómo, desde José María Lasso, la familia siempre ha estado involucrada en labor social, apoyando a la comunidad de Zuleta con programas de educación, trabajo, conservación y más. “Mi madre era una feminista a ultranza y, preocupada con la situación de las indígenas de la zona que no eran independientes económicamente; así, creó en Zuleta la red de mujeres tejedoras de bordados para que tengan más oportunidades y que resultó un éxito.

“Mi sobrino, Fernando Polanco, incluso integró una red de 16 comunidades más en el tema del bordado, pero ya no tenemos relación de dependencia con ese tema. Más allá, la familia donó una biblioteca en la comunidad de Zuleta, escuelas y más proyectos para su desarrollo. Vale destacar que mi padre, en los años 60, entregó títulos de propiedad a indígenas de la zona, antes de la Reforma Agraria. Es decir, hemos sido una familia muy coherente con el sentido social y eso nos ha caracterizado”.

Ubicación

Zuleta queda a dos horas de Quito, en la provincia de Imbabura. Desde que estuvo en sus manos, Galo Plaza y su esposa, Rosario Pallares, se encargaron de engrandecer el legado con insignes obras sociales que hasta hoy perduran.