‘El amante japones’, una obra para los dias de San Valentin

De entrada hay que advertir que el título puede llamar a engaño y que la novela está lejos de explorar la cultura japonesa. Y que si es verdad que hay un personaje japonés, es del que menos se conoce.

La obra más bien gira alrededor de Alma Belasco, la octogenaria y elegante matriarca de una acomodada familia de San Francisco, que un día decide dejar la comodidad de la mansión familiar para mudarse a Lark House, un singular y privado asilo de ancianos.

En ese lugar, Belasco se dedica a organizar sus recuerdos. A través de ellos y de los datos que descubren su asistente Irina y su nieto Seth, se revela que, aún a su edad, mantiene una relación oculta con su amor de toda la vida, Ichimei Fukuda, un jardinero japonés al que conoce y ama desde que eran niños.

Conocida esta situación casi desde el inicio, lo que sigue es el relato de los motivos y circunstancias que hicieron de este un amor imposible, y se retrata a los personajes presentes y pasados cercanos a la anciana.

‘El amante japonés’ es la última de la larga lista de novelas escritas por la chilena Isabel Allende (21 con esta, desde ‘La Casa de los Espíritus’, de 1982). Pero es la primera que leemos y, por coincidencia, en los días marcados por la celebración de San Valentín.

Así, mientras el ambiente, la publicidad y las redes nos repetían aquello de que el amor es inmortal y eterno, la novela plantea que el amor puede vencer (insaciable e irreducible) el paso de los años. De muchos años.

La obra tiene el mérito de, a cambio de adelantar el desenlace, hacer un esfuerzo por sorprender al lector con graduales revelaciones y secretos impensados de los personajes.

Tal vez, incluso, un exagerado esfuerzo: una diligente y guapa asistente, reacia a comprometerse sentimentalmente, porque resulta que en su infancia fue víctima de violación de su padrastro y de pornografía infantil. Un esposo comprensivo y ejemplar, profesional responsable y trabajador, que resulta ser gay y afectado de sida... Es verdad, sin embargo, que ese esfuerzo por sorprender obtiene un gran mérito con el final.

Si bien la autora se autodescribe como “influenciada por convicciones feministas”, esta novela rescata más bien el valor de la vejez. Hay varios personajes mayores que se muestran independientes, activos, útiles. Y aportan la valiosa perspectiva de la vida desde su edad.

También se agradecen las noticias de hechos poco conocidos relacionados con la Segunda Guerra Mundial, que fue el contexto de la juventud de la protagonista.

El lenguaje es sencillo, casi de texto escolar, sin mayor vuelo literario. O tal vez sí lo tiene y esta opinión solo se deba a que desde hace tiempo buscamos algo que se aproxime a la prosa con sabor a poesía de Rulfo, Benedetti o Mutis. En tal caso, lo más próximo a lo que esperábamos hallar, está en las cartas del amante japonés, Ichimei, a su amada Alma: “... No estamos viejos por haber cumplido 70. Empezamos a envejecer en el momento de nacer, cambiamos día a día, la vida es un continuo fluir. Evolucionamos. Lo único diferente es que ahora estamos un poco más cerca de la muerte. ¿Y qué tiene eso de malo? El amor y la amistad no envejecen”.

Claro que, seguramente, muchos lectores prefieren y agradecen este lenguaje sencillo y una trama clara desde el principio. No en vano se estima que las obras de Isabel Allende suman 65 millones de ejemplares.

Y, hay que reconocerlo, la novela entretiene. Cada capítulo va aportando revelaciones, como en una telenovela. Y sobre todo si, por coincidencia, esta historia de un amor imposible por diferencias sociales y culturales, se lee en esos días marcados por San Valentín.