‘Alma mater’

De entre las instituciones que se identifican con Guayaquil, la universidad que lleva su nombre es de las más antiguas y es el referente de profesionales, muchos de ellos ilustres, que salieron de sus aulas y contribuyeron a construir la narrativa histórica de esta ciudad. En su concepción idealizada, la universidad es el pináculo de la pirámide educativa y es llamada a impartir, en el tiempo, lo más avanzado del conocimiento y la investigación, tareas complementarias que son requeridas para ampliar las fronteras del conocimiento.

Lamentablemente, la Universidad de Guayaquil no calza en el ideal propuesto. La última huella importante de conducción la dejó León Roldós Aguilera quien, entre sus logros indudables, puso fin a la guerra sostenida entre “chinos y cabezones”. Amparados en la bandera del libre ingreso, estas facciones del marxismo habían tomado por asalto la Casona en los sesenta y procedieron a desnaturalizar a la institución. Impusieron, por ejemplo, la memoria de Salvador Allende en el campus universitario dejando de lado a guayaquileños que, por su trayectoria y aporte, merecieron ser homenajeados.

La institución pasó a ser botín de banderías políticas en la última década, se perdió la tradición de excelencia académica y produjeron profesionales cuyos títulos fueron muchas veces vendidos por mercachifles de la educación. Ha crecido de tal forma la universidad, que hoy alberga a más de 80.000 estudiantes en un medio que desafía la racionalidad administrativa y la efectividad en la conducción de sus funciones. El descalabro final se produjo luego de la promulgación de la Ley de Educación Superior cuyo ordenamiento consagró la universidad “talla única” doblegada por el atosigamiento regulatorio. La Universidad de Guayaquil fue intervenida para usarla como ariete político, y el desfile de rectores chimbos peleándose abiertamente por las canonjías y las sucesiones dio lugar a sonados escándalos de corrupción y robo forjados en la ineptitud, la mediocridad y el antiintelectualismo.

Ahora, bajo el liderazgo de Roberto Passaillaigue y su equipo de gente proba se ha iniciado una nueva intervención. Es tarea compleja, de aquellas que no siempre resulta fácil saber por dónde empezar. Afortunadamente el mandato ha sido extendido por un período de dos años, tiempo en el que se deberá limpiar la bazofia acumulada. Los desafíos son múltiples e incluyen escoger candidatos idóneos para las posiciones de autoridades académicas y administrativas; establecer los controles para la observancia de las normas administrativas y contables; desterrar la politización; reformar los ‘pensum’ académicos; vincular a la universidad con el medio guayaquileño y nacional; afianzar las tareas de investigación como parte integral de las actividades; y apoyar a los graduados en las tareas de ubicación dentro de mercados laborales que les remuneren de acuerdo a las calificaciones adquiridas.

Son tareas permanentes, y hay riesgo de recidiva y escasez de recursos. El desafío debe ser enfrentado con inteligencia y perseverancia, y, por sobre todo, manteniendo el sentido de misión que le devuelva a la ciudad su ‘alma mater’: la Universidad de Guayaquil.