Lecciones de la politica comercial

La inminencia del acuerdo comercial con la Unión Europea nos lleva a reflexiones contrapuestas: por una parte es grato saber que la realidad prima sobre la ideología; por otra, es preocupante que la política pública deba ser corregida como consecuencia de un fracaso que no se debió dar.

Los testimonios de los exportadores ecuatorianos nos relevan de mayor argumentación. El país perdió oportunidades y se automarginó de un mercado que supera los tres mill millones de dólares de intercambio (el segundo en magnitud), perdiendo cientos de millones de dólares en ventas.

La renuencia ideológica determinó que, mientras nuestros competidores gozaban de las reglas de juego relajadas originadas en los acuerdos, nosotros hemos debido, y aún requerimos, acudir a soluciones políticas (como las preferencias arancelarias con los Estados Unidos), soportar altas tarifas discriminatorias (como los casos de Europa o China), debiendo por ello erigir nuestras propias barreras (salvaguardas arancelarias) cuyo efecto más notorio ha sido el de liquidar a la actividad comercial, aumentar el desempleo y hacer más profunda la recesión.

El Gobierno nacional ha sostenido la posición de que la dolarización afecta la competitividad. Esa argumentación, lo volvemos a decir, es falaz y sin mérito alguno. La competitividad nace de las reglas internas del juego (como lo hemos expresado en innúmeras ocasiones) y a no dudarlo, de la eficiente vinculación del país con el resto del mundo.

Hasta el momento, el tiempo perdido supera los quince años. El Ecuador decidió “desconectarse” del resto del mundo, y adoptar políticas que sostengan la autarquía. Es ahí, precisamente, donde radica la equivocación, pues se indujo a la pérdida artificial de la competitividad, de ninguna manera atribuible al régimen monetario del país, sino a la falta de una política permanente de Estado, que basada en ideas claras, propuestas por gentes que conocen del tema, y actuando con la oportunidad debida, defienda en forma efectiva el interés de los ecuatorianos.

El hiato es muy largo como para pensar que se lo puede superar con un solo gesto. Lo que nos queda es el consuelo de que, finalmente, la sensatez se ha impuesto, así fuere por la fuerza de las circunstancias.