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“Los demas me pueden poner limites..., yo no”

Los guayaquileños están felices con su llegada. Las muestras de cariño no se han hecho esperar. En la calle, lo felicitan y abrazan; y en los establecimientos cerrados, la gente lo mira, se levanta, no para de aplaudir. Él es un ejemplo de superación.

“Los demás me pueden poner límites..., yo no”

Los guayaquileños están felices con su llegada. Las muestras de cariño no se han hecho esperar. En la calle, lo felicitan y abrazan; y en los establecimientos cerrados, la gente lo mira, se levanta, no para de aplaudir. Él es un ejemplo de superación. Y ayer en el Teatro Las Cámaras, del edificio del mismo nombre, lo demostró. Sin tapujos ni complejos detalló su vida, dijo las cosas como son. Habló, por ejemplo, de sus triunfos y ‘derrotas’, y también de la importancia que tiene para seres como él, que el mundo les dé la oportunidad de trabajar... Conozca un poco más de él.

Es cierto que supo que era síndrome de Down a los 7 años. ¿Cómo se enteró? ¿Se lo dijeron sus papás?

Es así y me lo dijo un maestro universitario, don Miguel García Melero, que no era genetista, pero sí pedagogo. Él me explicó lo que tenía, me habló de los genes, del cuerpo, las facciones y la ciencia...

Y ¿se asustó? ¿Qué fue lo primero que se le vino a la mente?

Si era tonto, esa fue mi preocupación. Quería saber si era capaz de compartir con mis amigos, de poder estudiar. Fue entonces que se lo pregunté, me dijo que sí.

Y de hecho lo hizo. ¿Qué tan difícil fue?

Estudiar no lo fue. Lo complicado y hasta cierto punto triste fue demostrarle a la sociedad que realmente era capaz de aprender. En el bachillerato, por decir algo, hubo un curso en el que los profesores y los alumnos no veían una luz en mí. Y fue bastante duro, hubo momentos en los que no sabía qué hacer... Por suerte me levanté. Sabía que tenía dos opciones: luchar o morir. Escogí la primera y me fue bien.

Pero cómo lo logró. ¿Cómo cambió esa percepción que tenían de usted?

Siendo yo mismo: divertido, bromista. Preguntando en clases, levantando siempre mi ‘manita’ para que vean lo interesado que estaba. Eso los descolocaba..., y al mismo tiempo los fue conquistando.

Y qué tal la relación con sus compañeros. La adolescencia es una etapa dura...

Sí que lo es. En la infancia te aceptan. En la adolescencia, unos sí y otros no. A veces los chicos son crueles. Te miran por encima del hombro, no te hablan: te hacen sentir insignificante. Eso me pasó a mí. Gracias a Dios ese episodio fue corto, lo sobrellevé.

Siempre con ayuda de sus padres y hermanos. Estos últimos, sus maestros. Los hombres que lo despabilaron. “Que me acompañaron de la casa a la universidad y viceversa porque no tenía un amigo que lo haga. Ellos son los que me enseñaron a vestir, a nadar, hablar, a vivir e, incluso, a conquistar...”

Es decir que Pablo Pineda es todo un don Juan...

(Ríe) Trato, pero es un tema complicado. Las chicas, desgraciadamente, tienen mucho miedo al qué dirán. Existe aún ese temor de llegar a casa y decir: ‘mamá, papá, me he enamorado de un síndrome de Down’. Es difícil para nosotros, en especial porque no somos de piedra ni seres asexuados. Pero existe el prejuicio, allí el porqué jamás he tenido novia.

¿Y quisiera tenerla?

¡Hombre! La espero con ansias..., pero no me siento solo. El cariño de la gente, los viajes que he hecho, los amigos que tengo, lo compensan todo.

Al llegar a este punto, el ganador a la Concha de Plata al mejor actor en el Festival Internacional de Cine de San Sebastián de 2009, se emociona. Es bastante sensible, lo reconoce. Ustedes -nos dice, refiriéndose a Guayaquil- me han hecho sentir querido y respetado. “Eso me conmueve el alma, incrementa mi responsabilidad”.

Algo similar le provocó el trabajo, ¿verdad?

Exacto. El trabajo me hace sentir guerrero. El ‘Sir Guerrero de lo Síndrome de Down’. Laborar nos mantiene activos y hace sentir útiles. Por eso recorro el mundo sensibilizando a las empresas. Ellas deben perder el miedo a contratarnos, deben saber que somos competentes. Demostrarlo ha sido mi lucha más grande, pero aquí estoy. Quienes me conocen saben que soy capaz.

Y en eso la formación ha tenido mucho que ver. Pero hay chicos con su condición a los que les es difícil estudiar...

Exactamente y a ellos los padres jamás los deben forzar. Cada ser, con capacidades especiales o no, es un individuo distinto. Todos tenemos nuestras fortalezas y debilidades. Yo elegí este camino, el resto no tiene por qué hacerlo. No intento que nadie diga ‘Quiero ser como Pablo’.

Entonces ¿qué busca Pablo? - Que el mundo les dé una oportunidad. Que los padres los acompañen, confíen más en ellos e inciten a seguir adelante, pero jamás comparándolos con alguien más. Necesitamos que nos suelten un poco, que dejen de vernos como niños cuando no lo somos. Necesitamos de amor y cuidado, pero también de la libertad para abrir nuestras alas. Ese es un trabajo en conjunto que solo la familia y el entorno nos lo pueden dar...