Como Kim ha jugado con Trump

El líder norcoreano Kim Jong-un está ansioso por celebrar una segunda cumbre con el presidente estadounidense Donald Trump. Desde su primer encuentro en Singapur el pasado junio, Kim ha superado en astucia una y otra vez a su contraparte. Puede que Trump se imagine como un negociador de primera, pero lo cierto es que Kim (como el presidente ruso Vladimir Putin) ha logrado tener su número de teléfono. La bonhomía de Kim (real o fingida) y sus promesas de desnuclearización han acallado las amenazas de Trump, acercado al gobierno de Corea del Sur y desgastado las sanciones internacionales contra su régimen. Kim ha logrado todo esto sin disminuir la capacidad nuclear del régimen y parece continuar el desarrollo de misiles balísticos en 16 sitios ocultos. Tras pasar de paria con armas nucleares a socio negociador de nivel presidencial, poco debe sorprender que desee una segunda cumbre para consolidar su nueva legitimidad internacional y ponerse en el primer plano global. Kim ya ha superado a sus ancestros. Tras seis años solitarios en el poder, el vástago de 35 años del régimen dinástico norcoreano ha hecho un notable debut en la escena mundial al manejar a un presidente errático y ególatra y fijar los términos de las negociaciones. En contraste, la administración de Trump tiene poco que mostrar por sus iniciativas. Desde la cumbre de Singapur, supuestamente las autoridades estadounidenses han estado presionando al régimen de Kim para que trace un camino hacia la desnuclearización. Pero los norcoreanos se han negado a develar hasta los hechos más básicos sobre su arsenal. Estas evasivas sugieren que Kim leyó bien a Trump. Como Trump mismo dice, “Yo soy el único que importa”. Su narcicismo, su hambre de protagonismo y su desesperación por alcanzar el nivel del Premio Nobel de la Paz de su predecesor Barack Obama es todo lo que Kim necesita saber. La única pregunta es cuán lejos irá Trump para lograr algo que pueda vender como un acuerdo sin precedentes con Corea del Norte. Sin duda, jugar con Trump y renegar de los pasos prometidos hacia la desnuclearización tiene sus riesgos. En mayo, Trump canceló temporalmente la reunión de Singapur en respuesta a las declaraciones norcoreanas, e hizo lo mismo en agosto con las conversaciones entre Pompeo y los norcoreanos. Nada garantiza que en el futuro no repita la maniobra. Y aun así, incluso si lo hace, la propia inclinación de Kim a los gestos dramáticos (desde lanzar misiles sobre Japón a realizar frecuentes purgas internas) sugiere que sabe cómo manejar la escena y llevar a Trump a la mesa. Más todavía, sus aduladoras cartas personales a Trump muestran que entiende bien la psiquis del presidente. Independientemente de cuándo se celebre la segunda cumbre, el régimen norcoreano seguirá intentando cosechar dividendos a costa de EE. UU. La cancelación por parte de Trump de dos importantes ejercicios militares conjuntos entre EE.UU. y Corea del Sur ya ha hecho que los comandantes de ambos países se inquieten acerca de su capacidad de respuesta rápida en lo militar. Y el apoyo internacional a las sanciones económicas –particularmente de China y Rusia- se ha ido socavando constantemente, incluso antes de la cumbre de Singapur. En momentos en que se prepara ya una cuarta cumbre de 2018 entre Kim y el presidente surcoreano Moon Jae-in, está claro que el futuro político de este depende de la reconciliación. Es momento de que el autodescrito maestro del “arte de negociar” admita que no tiene un acuerdo que mostrar.