Juventud amenazada

Los últimos acontecimientos que nos han llenado de pavor y de desconfianza en el futuro tienen que ver con los graves y permanentes peligros que acechan a nuestra juventud. Esto es a los niños escolares y también a los adolescentes que cursan secundaria. Y es que ya los planteles de educación parece que han dejado de ser recintos seguros y confiables en donde los padres de familia podían entregar a sus hijos para que se formen.

La muerte de una niña de 11 años, como consecuencia de la diversión malvada de 5 de sus compañeros que la amarraron y la golpearon, quitándole finalmente la vida, es un caso de superlativo “bullying” que nos pone sobre aviso acerca de la inseguridad a la que está expuesto cualquier alumno a quienes sus compañeros “le ponen el ojo”.

Pero este no es el único peligro que corren nuestros hijos o nietos. Las estadísticas sobre el permanente acoso sexual por parte de los mismos docentes es realmente impresionante. Estas cifras, que parecen más que alucinante, llegan a los varios miles de casos, lo que quiere decir que la acción de los pervertidos maestros se ha vuelto una suerte de costumbre, de la que ningún menor parece estar libre. Ya no son solamente los sacerdotes los que, posiblemente por culpa del celibato a que son sometidos, buscan a los niños a su cargo para someterlos a sus perversiones sexuales y violarlos, pues igual cosa sucede en el mundo de los laicos, convirtiéndose en un peligroso comportamiento habitual, hasta el punto que una psicóloga que trata este tema, luego de una larga investigación señala que “antes el maestro paraba al abusador, pero ahora lo ve como un juego”. Es decir que la repugnante perversión se ha vuelto lúdica.

Como si estos dos temas anotados no fueran suficientes, se suma también a ellos la propagación del consumo de las drogas o sustancias alucinógenas que los narcotraficantes “al menudeo” logran vender en los colegios y hasta en las escuelas, introduciendo en el vicio incluso a los menores de diez años. Resultados dramáticos son los de las madres que han llegado a encadenar a sus hijos a sus camas para que no salgan a consumir la droga, o la existencia de “clínicas” de recuperación clandestinas donde suceden cosas insospechadas.