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Tiempo de invasiones

No hay duda de que somos un país receptivo. Buena parte de lo que consumimos nos llega desde afuera. Es decir que sin embargo del valor de nuestros próceres, aún no nos hemos descolonizado del todo y seguimos siendo invadidos. Y, de tal forma, ya no solo tenemos como referente a la Madre Patria, como llamamos a la España ahora en peligro de perder su parte catalana, sino a otros países que nos envían sus productos, ya legalmente por las aduanas o ya clandestinamente por donde sea, como suelen hacer sus negocios los “narcos”.

De esta suerte, los arroceros están cayendo en la ruina. Y hacen diarias protestas porque por la frontera sur, donde nos adelantamos a míster Trump e hicimos una muralla, aunque no tan alta ni tan larga como aquella con la que los gringos quieren separarse de los mexicanos, nos llega la gramínea de contrabando. Cosa muy grave, sobre todo si recordamos la vieja frase montuvia que consta al inicio de la novela Nuestro Pan, de Enrique Gil Gilbert, que dice criollamente lo de “habiendo arroz aunque no haya Dios”. Y es que se trata de la parte fundamental de la dieta ecuatoriana, que ingerimos con el arroz con menestra, el seco de chivo o el arroz “marinero”, condimentado con todos los mariscos habidos y por haber.

Si esto sucede por culpa de los campesinos meridionales, pues, por el norte, los “paisas”, productores del dulce producto que provoca la gravedad de los diabéticos, nos invaden con azúcar que, como los electrodomésticos que nos llegan de Ipiales, tampoco paga las tasas aduaneras y con ello atenta contra los ingenios locales que se quedan “varados” con su producto. Y no hay que olvidar que, como alguien dijera alguna vez: “el azúcar es la sal de la vida”.

Y pasando de los productos agrícolas que nos ofrece la madre Naturaleza, o Pachamama, como decían nuestros antepasados andinos, llegamos al “vil metal”. Porque no se trata solamente de haber sido colonizados por la moneda gringa que nos dolarizó desde el día en que Mahuad anunció que “pegábamos un salto al vacío”, sino que el dinero que necesitamos conseguir a través de los préstamos internacionales nos llega desde la milenaria China de Buda y de Mao. Eso sí, legalmente, aunque con unas tasas de interés usurarias.