Un poder inestable

El entrenador es el único que expone su cargo partido a partido. Es un liderazgo que en malos tiempos lo pone bajo sospecha. Las obligaciones del estratega son: tener un método y manejo de grupo. No se puede perdonar que su equipo juegue a nada. Porque el estilo es la mejor brújula: gane o pierda, juegue bien o mal, pero de un modo reconocible. Un estratega capaz debe teorizar. Ser guía, que pone andar un método; interpretar a sus jugadores y definir su ubicación. Táctica es el sentido colectivo del juego. Si los jugadores no la sienten se los lleva el olvido. Táctica es mostrar al rival lo que más teme. Y los rivales no temen la línea de tres de Emelec. Es más fácil recuperar rápido cuando el equipo está corto. Si es largo, presionar y achicar hacia adelante es suicidio. Además no se puede perder el balón en lugares complicados, orillas y eje. Alfredo Arias no ha sido un maestro en cuanto al desarrollo del ataque y la prevención del contragolpe. Su equipo tiene muchas pérdidas y pocas recuperaciones. Un error puntual pasa por no saber dónde no la puede perder. Toda oncena es el reflejo de su estratega. Arias no es un entrenador extremista que le gusta jugar al hombre, atacar y ser agresivo. Está lleno de dudas. Liderazgo es conocimiento, aquello genera confianza en el dirigido. El mejor entrenador no es el que más cosas enseña, sino aquel con el que más cosas se aprende. Que sepa conceptos no sirve de nada si no sabe transmitírselos a los jugadores. Su verdadera labor es orientar y convencer. Dejar una idea, una influencia, un legado. La duda es sabiduría, pero el estratega no tiene derecho a mostrarla.