Lucía Vásquez salió de Pedernales para refugiarse en la casa de su hermana Rocío, en Playas.

Muchos huyen hacia Playas y Santa Elena

Llegan arrastrando un equipaje de dolor y desolación, muy pesado para el alma. Cuentan historias que superan los argumentos de la mejor película de desastres naturales. En sus relatos no hay actores ni guiones; son el testimonio de una cruda verdad, la

Llegan arrastrando un equipaje de dolor y desolación, muy pesado para el alma. Cuentan historias que superan los argumentos de la mejor película de desastres naturales. En sus relatos no hay actores ni guiones; son el testimonio de una cruda verdad, las víctimas de un terremoto de 7,8 grados que no podrán olvidar.

Playas, en Guayas, y Santa Elena, capital de la provincia del mismo nombre, se han convertido en el refugio de decenas de afectados por el movimiento telúrico que hace ya nueve días golpeó con fuerza a poblaciones de Manabí y Esmeraldas. Hasta esas urbes han llegado huyendo del dolor y el olor a muerte, buscando techo y comida.

Richard Arias Cruz, de 29 años y padre de dos niñas, dice que huyó a Playas porque la tierra sigue temblando. “Si no nos mató el terremoto, nos matarán las epidemias. Por eso vine desde Manta con mis hijas Joselin, de seis años, y Ashly, de cinco”.

En su testimonio, afirma que en esa ciudad se huele a muerte. “Hasta el barrio La Pradera, donde vivo, llegan los malos olores de los cadáveres descompuestos que hay en Tarqui”, cuenta Cruz, quien es viudo y vive con su madre. El viernes, él y sus hijas fueron recibidos por la abuela de las niñas, Isabel Chóez, quien lleva 35 años radicada en Playas.

Ramona Sabando (70 años) también llegó la noche del viernes de Portoviejo, en busca de su hija Irene Moreira, quien tiene un soda bar en el centro y vive desde hace 20 años en Playas. Al encontrarse, se abrazaron. “No lloremos por los que han muerto, que Dios los tenga en su gloria; lloremos por los que están vivos, que sufren por todo: las vidas perdidas, sus casas, la comida, sus negocios, el trabajo y un destino incierto”, dice esta mujer que viste de luto por sus coterráneos.

Santa Elena también tiene a sus refugiados. Agradecidos con Dios por darles una segunda oportunidad de vida, arribaron al barrio Pacífico 15 integrantes de la familia Panezo-Contreras, quienes habitaban en el barrio San Francisco de Asís, del cantón Pedernales.

“Venimos a pedirle techo a mi hermana Leida. Ella vive desde hace muchos años acá en Santa Elena. Allá (en Pedernales) hay mucha necesidad, hace falta agua, alimentos, medicina. Hemos llegado a buscar suerte a la Península, aunque no sabemos si nos tocará volver a Pedernales”, comenta con tristeza una de las víctimas.

En esta familia hay nueve integrantes menores de edad y seis mayores. Todos tienen problemas psicológicos por lo ocurrido. Santos Panezo, uno de los refugiados, cuenta que “es difícil conciliar el sueño, parece que algo va a ocurrir. Es muy duro asimilar todo lo que nos está ocurriendo”.

Ese mismo viernes también llegaron desde Pedernales al sector San Gregorio, de Santa Elena, 13 integrantes de tres familias. Ellos fueron acogidos en la casa de Rocío Vásquez. En medio del dolor, Lucía Vásquez, una de las acogidas, les llama la atención: “La noche de terror ya pasó. Ahora nos toca empezar de cero y demostrar que somos un pueblo fuerte y unido. Vamos a salir adelante, lo haremos juntos”.