Honestidad reactiva

Resultan inverosímiles -aunque interesantes- los ataques de la clase política sobre actos de corrupción, cuando surgen intentos de fiscalización a millonarios negocios que se fraguaron durante una década.

Antes, toda crítica al gobernante era tomada como un intento orquestado por la derecha (los medios incluidos) para desestabilizarlo. Ahora, cualquier intento de investigación significa seguirle el juego a su antecesor en una guerra sin cuartel.

Por eso daría la impresión de que los protagonistas solo reaccionan al ataque, creando una lógica de “si no me tocas, no te toco”, que termina lamentablemente en un pacto de silencio.

Es verdad -y tampoco es un secreto- que todavía hay sectores en los que se añora al socialismo del siglo XXI; sus tentáculos llegan hasta influyentes círculos de poder que toman decisiones sobre asuntos cruciales.

El problema es que muchas organizaciones han reciclado a sus integrantes y su ideología ha mutado según sus intereses.

Por ejemplo, quienes en el pasado cuestionaban la acción del periodismo, en la actualidad exigen que se indague al poder de turno.

Este vaivén ideológico revela que la honestidad intelectual no es necesariamente un atributo importante a la hora de gobernar.

El hecho de provenir de una distinta matriz implica que su estructura adolecía de problemas que han terminando dividiendo a bloques legislativos para no sucumbir. La vieja táctica del desprestigio ante cualquier sospecha tampoco ha desaparecido.

Esta eterna espiral mantiene a los poderes del Estado en una pugna alrededor de temas que se desgastan ante la opinión pública.

La lista de Odebrecht, los Papeles de Panamá, las inversiones de funcionarios en paraísos fiscales, entre otros casos, no terminan de resolverse, pese a la presión social.

Mientras tanto, la lucha por la transparencia no debe claudicar en una sociedad que se apresta a elegir a nuevas autoridades.

La única forma de demostrar que se quiere cambiar es extirpando de raíz a los corruptos de cualquier bandera, sin importar las consecuencias, porque de lo contrario sería un tema que prefieren no tocar para evitar una catástrofe.