Roberto, en su Yamaha 250, tardó dos meses y tres días en completar su travesía.

Un hombre y su moto, directo al Fin del Mundo

Roberto Coronel dejó todo para seguir su sueño. Recorrió siete países en su moto hasta llegar al extremo sur del continente americano y volvió para contarlo.

El Fin del Mundo se aleja de ser un evento impredecible y toma forma de pueblo costero. Ushuaia es una ciudad argentina que se ubica en el extremo sur del continente americano, justo donde este marca su fin. No hay más tierra, lo único que le sigue —1.000 kilómetros más abajo— es la Antártida.

No existe un vuelo directo desde Guayaquil hasta allí. Para llegar es necesario hacer —mínimo— dos escalas, en un viaje que a un turista promedio le tomaría unas 15 horas en avión.

Pero Roberto Coronel, guayaquileño de 47 años, llegó a ese destino casi apocalíptico, tras recorrer dos meses y tres días de carreteras imponentes, a bordo de una Yamaha 250.

La decisión de emprender la travesía de su vida requería de algo más que presupuesto, agallas y los rezos de su esposa. Tardó dos años en planificar cada tramo de una ruta que le permitiera atravesar siete países —entre ida y vuelta— y volver exactamente el 16 de diciembre de 2018, día en el que cumplía 19 años de casado con Martha Álvarez, la mujer que no dudó en “acolitar semejante locura”.

La intención de montarse en su moto y cruzar fronteras tiene un antecedente quizás menos arriesgado. “Hace 20 años conversaba con unos primos y compañeros de trabajo sobre la idea de llegar a Buenos Aires en furgoneta”, narra Roberto, sin quitarse la chaqueta de cuero negra que representa a su club de mototurismo.

Su anhelo quedó en pausa por diversas razones, pero recuperó fuerzas con intenciones mucho más audaces. Esta vez, completamente solo y en dos ruedas. Arrancó el 13 de octubre de 2018, a las 07:00, con $ 5.000 de presupuesto.

Ahora, sentado en su sillón, Roberto recuerda ese día con exactitud porque no había asimilado la complejidad de su viaje y a quienes dejaba atrás, hasta el momento en que aceleró.

“Una vez que partí de Durán, cuando ya me despidieron mis amigos, no llegaba ni a Balao y ya quería volver. Me entró la nostalgia”, agrega, el también padre de tres hijos. Sin embargo, su “carácter” y la “confianza” en su pareja lo invitó a continuar. “Mi esposa está con los chicos y están en buenas manos, así que tranquilo, vamos”, describe Coronel, como si le diera voz a los pensamientos que no le permitieron desistir.

Roberto llegó a Perú con la idea de cruzar hacia Bolivia, pero problemas aduaneros se lo impidieron. Optó por redireccionar su rumbo hacia Chile, para luego ingresar a territorio albiceleste. Una vez allí, las complejidades meteorológicas empezaron a afectarle.

Llegar por tierra hasta Ushuaia supone un esfuerzo físico formidable, sobre todo cuando se necesita cruzar la inmensa Patagonia argentina.

“Llegó el momento más complicado. Uno en los chats lee de todo antes de llegar hasta ese punto. Incluso te ‘tiembla la pata’ porque conoces de historias un poco trágicas. La parte más crítica fue la Patagonia porque hay mucho viento y hace mucho frío. Las distancias en carretera son en completa soledad, una falla podría condenarte”, relata el viajero guayaquileño.

A pesar de lo imponente de la ruta, la llegada hacia el punto soñado compensaba el esfuerzo previo. Ya estaba ahí, en la capital de la provincia Tierra de Fuego, Ushuaia. La mitad del objetivo estaba cumplida, pero faltaba lo más importante, volver a casa.

“Nunca dejó de comunicarse, todas las noches recibí un mensaje o una llamada”, cuenta Martha, quien intentaba monitorear el viaje desde su dispositivo móvil, a la espera de que anochezca para saber que su marido estaba bien.

De inmediato, recuerda los lugares que pudo visitar y, además, otros dos momentos en los que —como dice— le “tembló la pata”. Fue cuando se topó con los ’73 malditos’. “Este es un lugar al sur de Argentina, está lleno de ripio (cascajo) a lo largo de 73 kilómetros. Tardé tres horas en cruzar este tramo, ya se podrán imaginar el cuidado que tuve. Aún así casi caigo en dos ocasiones”, relata.

O cuando tuvo que cruzar el desierto de Atacama (Chile), donde la temperatura puede alcanzar los 50 grados centígrados. “Yo acostumbraba a congelar el agua en la noche anterior. En el desierto no me duró ni dos horas, empezó a calentarse y yo a preocuparme, los labios se me partían. Y no ves nada, es un desierto. Hasta que pude encontrar un letrero que anticipaba un punto a 60 kilómetros, entonces volví a coger vida”.

El retorno a Guayaquil se adelantó casi 20 días porque el dinero se “estaba terminando”. Roberto, quien había sacrificado incluso las festividades de diciembre para volver en enero, apresuró su vuelta y arribó el día 16 del último mes del año.

Los sueños del motoviajero no terminan. Su nuevo reto, pautado para finales de 2020, está en Alaska. Nuevamente en solitario, pero con una preocupación mucho mayor que los desiertos y los terrenos llenos de cascajo: el Tapón de Darién.

“El Tapón del Darién es un bloque vegetal que se extiende en la frontera entre Panamá y Colombia. En este lugar, debido a la complejidad que plantea una selva impenetrable, se interrumpe la carretera Panamericana. Es considerado uno de los lugares más biodiversos del planeta. Sin embargo, su densa vegetación se ha convertido en el telón propicio para el paso irregular de migrantes y el narcotráfico”, así lo describe la BBC en un reportaje comandado por el periodista norteamericano Jason Motlagh, quien definió al lugar como “el pedazo de jungla más peligroso del mundo”.

Esta vez, Roberto necesitará de la gracia de los santos en los que su pareja confía. O, quizás, volverá a encontrar la manera de llegar por su propia cuenta al destino que se propone. Porque ya nació con Gracia, el apellido que su madre le heredó.

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