Hermanar sentimientos pensando en los mas vulnerables
Me entusiasma la gente de palabra, con mirada profunda y visión amplia, dispuesta siempre a conciliar lenguajes y a relativizar situaciones; pero si hay algo que también me decepciona, son aquellos que intentan mutilarnos el corazón ideológicamente. La vida no es un combate, sino un discernimiento, que requiere fuerza y valentía para resistir nuestra propia fragilidad. Cada cual busca su personal espíritu y aviva sus talentos. El objetivo sí que ha de ser común, la reconstrucción de un mundo más justo y menos desigual. Quizás tengamos que forjar un nuevo plan de acción, para que no nos quedemos únicamente en los buenos proyectos, sino que vayamos a ese cambio inclusivo que ha de transformarnos en un cultivo permanente de donación.
Trabajar juntos es el gran avance, el mayor progreso, pues lo que se hace corazón a corazón, revierte en humanidad. Sin embargo, en todas partes, los países encaran el desafío del envejecimiento de la población. Se requiere promover la mano tendida para suscitar una vejez más saludable y activa, además de brindarle protección social adecuada. De igual modo, el mundo se encuentra desbordado por multitud de realidades violentas que han de cesar. No seamos cómplices de opresiones, ni cobardes; nos merecemos respeto mutuo y más que pan, amor del auténtico.
Ojalá se nos despierte la voluntad y nuestras vidas demuestren su poder en acción conjunta y armónica, incluso en medio de la debilidad humana, para que tomemos otro rumbo más considerado, pues si importante en su momento fue vincular a la población con los derechos humanos, hoy también tiene que ser fundamental hermanar sentimientos, al menos para no dañar a los más vulnerables.
En efecto, pongamos constantemente corazón en lo que hacemos; máxime en un tiempo de tanta siembra de atrocidades, en que requieren con urgencia, sobre todo los más vulnerables, ayuda humanitaria y protección. No podemos quedarnos encerrados en nosotros mismos, sin imaginación alguna; es necesario auxiliarnos, vencer definitivamente la desgana, la dureza y el odio. Desde luego, hemos de salir a verter consuelo a través de un lenguaje de cercanía y un léxico de paz.
Víctor Corcoba Herrero