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Guerra populista y las mujeres

Jarosław Kaczynski y Donald Trump son dos políticos que este año escandalizaron al mundo con sus dichos y actos, y salieron en gran medida impunes. Pero eso está por acabarse. Cuando el año pasado el partido Ley y Justicia de Kaczynski llegó al poder, inmediatamente se hizo con el control de las principales instituciones polacas, entre ellas el Tribunal Constitucional, la Fiscalía del Estado, empresas y medios de prensa públicos e incluso las caballerizas estatales. Como el Gobierno de Ley y Justicia heredó una economía sana y una fuerte posición fiscal, Kaczynski no vio necesidad de contar con un ministro de Finanzas, así que hace poco eliminó el cargo. Trump también ha cometido reiterados actos que en circunstancias normales lo descalificarían para la política: atacó a los padres de un soldado estadounidense musulmán muerto en combate, se burló de un periodista discapacitado y criticó al senador John McCain por haber sido capturado durante la Guerra de Vietnam (cuando fue retenido y torturado durante más de cinco años). Todo el mundo se escandalizó, excepto los votantes de Trump. Esta situación podría haber seguido, pero hace poco Kaczynski y Trump se cruzaron con una fuerza política en la que no habían pensado: las mujeres. Antes de la elección parlamentaria del año pasado en Polonia, la organización ultraderechista Ordo Iuris propuso una prohibición total del aborto, que superaría incluso la legislación polaca actual (ya una de las más restrictivas de Europa) al obligar a las mujeres a dar a luz incluso en casos de violación, incesto, riesgo sanitario y malformaciones fetales graves. Pero al mismo tiempo se presentó otra propuesta legislativa para liberalizar la legislación de aborto, introducir la educación sexual en las escuelas y garantizar que los seguros médicos cubran los anticonceptivos. Ley y Justicia juró solemnemente que el Sejm (Parlamento) no rechazaría el segundo proyecto tras su primera lectura, pero la ley de criminalización del aborto avanzó a la fase de votación parlamentaria y la propuesta liberalizadora fue rechazada. Grandes multitudes de mujeres salieron espontáneamente a las calles.

En EE. UU., la campaña presidencial de Trump venía bien hasta que se revelaron declaraciones del candidato en las que alardeaba de su capacidad para abusar de mujeres. Enseguida diversas víctimas de sus ataques se presentaron públicamente y describieron lo que les había sucedido. El hechizo de Trump se rompió. Los votantes independientes (y muchos republicanos) le retiraron el apoyo.

Aun así, ni Trump ni Kaczynski parecen tener voluntad (o tal vez capacidad) para cambiar el rumbo. Según una encuesta de opinión del diario Rzeczpospolita, el 69 % de los polacos apoyan la protesta “de negro” organizada por las mujeres. Trump a su vez redobló su apuesta sexista, culpó por sus problemas a los medios y llamó “mujer horrible” a una de sus acusadoras. Y en un llamado directo a sus muchos partidarios supremacistas blancos de la derecha alternativa se permitió caer en un lugar común del antisemitismo, al acusar a Clinton de “reunirse en secreto con bancos internacionales para tramar la destrucción de la soberanía estadounidense a fin de enriquecer a estas potencias financieras globales”.

Pero los estadounidenses no mordieron el anzuelo y los polacos tampoco. Nada sería más apropiado que ver a Trump, y tal vez a Kaczynski, derrotados por aquella gente cuya dignidad e igualdad se niegan a reconocer, con las mujeres a la cabeza.

Project Syndicate