Instrumento. La marimba, declarada Patrimonio Inmaterial de la Humanidad, es tocada uno de sus gestores culturales en el Valle del Chota.

El grupo Eleggua dice ‘no al maltrato a ritmo de marimba’

Es una red de mujeres que fortalecen la igualdad de género para evitar la violencia. La melodía la caderona puso a bailar a los habitantes de El Juncal.

‘Caderona, caderona, caderona vení y meniate. Ay, caderona, caderona, caderona vení y meniate’, con esa canción la Red de Mujeres Eleggua trasladó el pasado fin de semana la marimba esmeraldeña hasta la comunidad de El Juncal, Valle del Chota, del cantón Ibarra.

Las integrantes de esta agrupación artística son imbabureñas y esmeraldeñas radicadas en Quito, que se dedican a difundir las tradiciones artísticas de la cultura afrodescendiente. Fueron parte del ‘Primer encuentro de tradiciones orales de abuelos y abuelas negras del Ecuador’, realizado en ese sector de la capital de la provincia de Imbabura.

Las mujeres que forman parte de la red son madres de familia, por lo que también con su arte fortalecen la igualdad de género para erradicar la violencia contra la mujer, explicó Rosa Elena. Le dicen no al maltrato a través de los arrullos y cuentos.

La caderona puso a bailar a los habitantes de El Juncal, donde danzan la tradicional bomba. En tono de marimba corrida, Eleggua resaltó la belleza de la mujer afroecuatoriana, pero no para verla como un ser exclusivamente sensual, indicó Mosquera, quien es oriunda del cantón Eloy Alfaro, de la provincia de Esmeraldas.

Ella toca el cununo, un instrumento que tiene forma de un bongo alargado y que se entona con las manos. La artista detalla que los afrodescendientes nacen con la música en las venas, además, porque en el entorno donde se desenvuelven a diario, la marimba no solo es un instrumento, sino parte de su cultura y está presente su tradición. “Esto ha pasado de generación en generación”, añadió. Rosa Elena recibió la música como ‘herencia’, pues su padre Ernesto Mosquera tocaba el bombo y su abuelo Germanio Jaramillo la guitarra. También cantaba.

Sin embargo, recuerda que a pesar de que su gusto por la música empezó cuando era muy pequeña, en aquel tiempo era una actividad vetada para los niños, porque solo “los mayores solían decir que era una actividad para adultos”. Elena se escondía para mirar y aprender cada ritmo.

Edita Méndez concuerda en eso. Ella canta desde que estaba en la escuela, pero su oportunidad de hacerlo público se presentó hace unos 10 años, cuando sus dos hijos entraron a estudiar en un instituto de danza afro. Edita entona los tradicionales arrullos. Son temas esmeraldeños que se dedican a lo divino y humano. Son una especie de alabanzas, menciona.

Ella, en cambio, es de Chalguayacu, cantón Pimampiro, de Imbabura. Ambas mujeres visten su tradicional traje afro. Un turbante que cubre su cabeza, blusa y falda plisada. Su vestimenta tiene colores llamativos que denotan la alegría que transmiten los integrantes de la etnia.

Rosa Elena está orgullosa de la herencia artística de sus antepasados. Recuerda que la cantora de música esmeraldeña y gestora cultural de esta etnia, Petita Palma, contaba que sus ancestros tocaban la marimba, pero esto no era bien visto por las autoridades de esa época.

En los diversos relatos sobre el pasado de esta nacionalidad escuchó que cuando eran descubiertos haciendo música les quitaban los instrumentos y los arrojaban a los ríos porque se creía que “esa cosa era maligna y demoníaca”.

La maestra Palma se encargó de enseñar y difundir la cultura afroesmeraldeña por más de 60 años a las nuevas generaciones. (F)