Golpe del Estado

“En Bolivia no hay un golpe de Estado, hay una reposición del orden constitucional”. ¿Qué significan las primeras palabras que la nueva presidenta de Bolivia, Jeanine Áñez, pronunció al ocupar el cargo? O, ¿qué ocurrió en Bolivia y cómo deberíamos llamarlo? Si vemos los últimos eventos, no es complicada su categorización. Después de protestas ciudadanas, las Fuerzas Armadas recomendaron a Evo Morales renunciar a su cargo para garantizar la paz. No podía ser más claro: le quitaron el apoyo. Si eso hubiera ocurrido aquí, producto del paro nacional que vivimos, ¿cómo lo hubiéramos llamado? ¿Qué habríamos denunciado? Pero debemos alejarnos un poco para ver el cuadro completo y no solo una fracción. No podemos hablar de golpe de Estado, cuando el Estado ya había dado el primer golpe. El 21 de febrero del 2016 se realizó el referéndum donde por amplia mayoría ganó el “No”; no a la reelección indefinida. Después de tres gobiernos consecutivos en el poder, ¿podría Evo participar en la contienda presidencial siguiente? La respuesta es clara. Pero en el 2018, cuando inscribió su candidatura, el Tribunal Supremo Electoral -TSE- la autorizó, pues su “derecho humano a la participación” estaba por encima del mandato popular. Primer golpe. Y ahora, a pesar de que no podría participar, encontró la manera de ganar a como dé lugar. El 20 de octubre, el TSE da los primeros números; con el 85 % escrutado había segunda vuelta. De ahí 23 horas de apagón. El resultado, previsible: el 21 de octubre Evo era presidente. Segundo golpe. Aceptar esta situación era sinónimo de aceptar la tiranía. No se puede entender al texto sin el contexto. En las calles no estaban buscando derrocar un gobierno, sino defenderse de quien atacó primero. ¿Cómo podía ocurrir un golpe contra la democracia si no existía democracia en primer lugar? Bolivia es el testimonio de que el pueblo, ante insolencia, descaro y desfachatez, reacciona. Una cosa es derrocar la democracia, otra derrocar el fraude. ¿Encenderá una luz en América Latina? Tal vez un recordatorio para quienes están en el poder: no importa la cantidad de golpes que den, a la ciudadanía no se la noquea.